¿Cómo convivir con el nuevo Brasil?

Jair Messias Bolsonaro, presidente electo de Brasil con sus hijos. Incógnitas sobre sus primeros pasos

Habrá que observar los reacomodamientos. Itamaraty perderá influencia; el área económica adquirirá poder y emergerá un enigma: el peso de la geopolítica gestionado por militares.

Autor: Carlos Pérez Llana en Clarin - 01/11/2018


El lunes post-electoral fuimos notificados, por el futuro zar de la economía brasileña, Paulo Guedes, de que el Mercosur y la Argentina no son prioritarios. Muchos se preocuparon y algunos diplomáticos, no entendiendo lo que había sucedido, minimizaron esos dichos. Pero el martes, muchos cayeron en estado de perplejidad: se anunció que la primera visita del presidente electo Jair Bolsonaro sería a Chile, luego viajaría a Washington y más tarde a Israel. Entonces, ¿no figuramos en la pantalla de nuestro principal socio comercial?

Pasado el estado de shock, que apenas moderó la posterior desmentida de Guedes, y de confirmarse esa primera gira internacional de Bolsonaro, el camino más lógico consiste en abordar un ejercicio conjetural: ¿cuál puede ser el formato de inserción internacional del nuevo gobierno? Normalmente consultaríamos la Plataforma, las declaraciones del candidato y de sus asesores, sin embargo ese ejercicio no se puede realizar por falta de información.

No son aconsejables los slogans: “el Mercosur está blindado”, “Bolsonaro carecerá de mayoría parlamentaria para avanzar en sus propuestas”. Actitudes reveladoras: no se ha entendido nada de lo sucedido en Brasil.

Algunos objetivos de la política externa del nuevo gobierno están incluidos en el discurso económico. Será una prioridad fortalecer, y proteger, al sector industrial buscando incrementar la productividad. Brasil es una economía integrada pero cerrada, por esa razón necesita abrirse buscando tecnologías e inversiones.

Brasil es un país que necesita mercados, por eso irá en pos de Acuerdos Comerciales, sin ignorar que el mundo se está cerrando en virtud de las guerras comerciales. Es un país que históricamente abrazó el multilateralismo. Fue un fundador destacado del sistema “onusiano”, un aspirante eterno al Consejo de Seguridad y sin desvelos buscó presidir organismos internacionales.

Por último, en América Latina, la diplomacia brasileña siempre trató de utilizar los organismos regionales, sobre todo en Sudamérica, apelando al prestigio para la construcción de liderazgos. En ese mundo, Itamaraty fue el gran operador. Probablemente el gobierno tratará de alejarse de la profusa red de organismos. Bolsonaro en campaña habló de retirarse de la ONU; seguramente no lo hará, pero el mensaje vale.

En ese contexto, se explican las referencias al Mercosur. Aprovechándose de la parálisis institucional, de la presencia tóxica de Venezuela y buscando romper lo que sus consejeros denominan “las ataduras” de una Unión Aduanera incompleta, Bolsonaro explorará otros modelos y buscará nuevos socios ideológicos. Por eso está mirando el Pacífico, Chile y Colombia están en su agenda. En paralelo, el discurso interno anti-PT se corresponderá en lo externo con el acoso al populismo chavista. La tolerancia exagerada del tándem Itamaraty/Lulismo hacia Cuba, Nicaragua y Venezuela es el pasado. La visita presidencial inaugural a Santiago es un reconocimiento del viraje económico e ideológico del Brasil.

El “plan de viajes” del futuro Presidente nos permite identificar otros ejes de su política exterior. Objetivamente hablando, el “bolsonarismo” se inscribe en un proceso de cambios políticos que suma a la nueva derecha europea y al trumpismo. Por un extraño camino, el Brasil regresará a la vieja alianza con Washington, cultivada durante años por gobiernos civiles y militares.

La dimensión política de la relación, que incluye la agenda de la seguridad, seguramente será estrecha, habrá que ver lo que sucede en la agenda económica.

Sí está claro que Brasil y los EE.UU son aliados en el espacio del agro-bussines, uno de los pilares de sustentación interna de Bolsonaro. Otro tema que los une es China. Durante la campaña adhirió a la visión estratégica que impera en Washington, fraseada en el reciente discurso, con acentos de guerra fría, del vicepresidente Mike Pence en el Hudson Institute. Por esa razón, cuando los equipos de Bolsonaro aluden al plan de privatizaciones excluyen la presencia de capitales chinos. Brasil esquiva las contradicciones aprovechando los intersticios de la agenda global: en guerra comercial con los EE.UU, China depende de la agro-ganadería brasileña.

La anunciada visita a Israel responde a imperativos estratégicos globales y también constituye un reconocimiento a sus aliados internos, las iglesias cristianas que, como las americanas, mantienen excelentes relaciones con Israel.

En otras circunstancias, Itamaraty habría objetado el compromiso de Bolsonaro de trasladar la embajada brasileña a Jerusalén, argumentando que dinamitaba la diplomacia histórica Sur-Sur y enfrentaba al Brasil con el mundo islámico. Como se sabe, hoy ese mundo es una geografía, pero no es un bloque.

Una nueva convergencia con Washington, a la que cabe sumar un compromiso de campaña: retirarse del Acuerdo Climático de París. También ejemplo de convergencia entre política exterior y el lobby agrícola, militante anti-ambientalista histórico, interesado en la desforestación de tierras. Cabe destacar un dato no menor: en el Congreso, Jair Bolsonaro apelará a los bloques transversales integrados por dos aliados estratégicos: las Iglesias Reformistas y el mundo agro-industrial. En el nuevo Brasil habrá que observar los reacomodamientos. Itamaraty perderá influencia; el área económica adquirirá poder y emergerá un enigma: el peso de la geopolítica gestionado por militares. Decididamente, la Argentina estará obligada a resetear su política exterior. Ya nada es igual.

Carlos Pérez Llana es profesor de Relaciones Internacionales y analista internacional (UTDT y Universidad Siglo XXI) .