Aire del campo en la ciudad.

Más allá de la tradicional provisión de alimentos, ganan protagonismo urbano los biocombustibles para el transporte. Los colectivos con biodiesel puro que circularán por la Ciudad de Buenos Aires.

Autor: Hector Huergo en Clarin Rural - 27/12/2018


Antes que nada, ¡Feliz Navidad! Espero que la hayas pasado muy bien. Por mi parte, me siento muy contento, porque el campo recibió un lindo y sorpresivo regalo por parte de la Ciudad de Buenos Aires. De esos que realmente se necesitan, porque generan un ámbito de entendimiento e interacción, una simbiosis necesaria en estos tiempos de grietas y desconfianzas. Veamos.

El viernes pasado, se presentaron dos ómnibus que van a funcionar con B100. Esto es, Biodiesel puro. Uno pertenece a la línea 132 y el otro a la 91. Son las dos principales que circulan por la gran ciudad, uniéndola con el populoso conurbano. Forma parte de un macro ensayo de tres tecnologías diferentes, con el común denominador de mejorar el medio ambiente. Las otras dos alternativas son el bus eléctrico, y el que se mueve a gas.

En el lanzamiento de estos buses estuvieron el jefe de Gobierno, Horacio Rodríguez Larreta, y Guillermo Dietrich, ministro de Transporte de la Nación. Una presencia sin duda relevante, a la altura del suceso. Ambos mencionaron la importancia de mejorar el aire de la ciudad. Nosotros agregamos: mucho mejor cuando el aire limpio viene del campo. Y mucho mejor para el campo cuando la ciudad le abre un nuevo mercado a sus productos. Ahora, no solo provee alimentos, sino también energía para el transporte.

Es solo una prueba, dirán algunos. Nosotros anticipamos: es muy difícil lograr una mejor ecuación ambiental que la que aportan los biocombustibles. Estos provienen de la fotosíntesis, el maravilloso proceso que convierte el dióxido de carbono del aire en azúcares, proteínas, aceite y oxígeno. Sí, el aire que respiramos es fotosíntesis pura. Todo activado por la luz del sol, que según dicen seguirá brillando por un tiempo.



El biodiesel, en la Argentina, viene del aceite de soja. Una hectárea de soja produce 500 litros de aceite y 3000 kilos de proteína, que se destina a consumo humano y animal. Comida. Ahora, para producir esa hectárea de soja, hace falta también gastar combustible. ¿Cuánto? Unos cien litros, desde la preparación del suelo hasta la cosecha y el transporte de los porotos a la planta de procesamiento. Allí se separan sus componentes, y al aceite se lo convierte en biodiesel en un proceso llamado ampulosamente “transesterificación”. Que consume muy poca energía. Entra un 10% de metanol, que viene del gas, y sale un 10% de glicerina, un subproducto de muy alto valor que se destina a la industria farmacéutica y alimenticia. Desde edulcorante y suavizante para helados, hasta supositorios para bebés, la glicerina ya no viene del petróleo como antes, sino que es de origen agrícola.

Volvamos al cálculo: un litro de aceite da un litro de biodiesel. Es decir, en todo el proceso solo necesitamos el 20% del aceite que produce una hectárea de soja. El 80% del aceite restante puede ir a movilidad, generación eléctrica o cualquier otro destino energético. Y nos quedan “de yapa” 3 toneladas de harina de alto valor nutricional, para hacer milanesas de soja o alimentar cerdos, aves, vacunos y todo bicho que camina y va a parar al asador.

Usted dirá: “pero cuando ese biodiesel se quema en el motor, hay emisiones de dióxido de carbono”. Respuesta: sí, la hay, pero son neutras, porque antes la planta de soja lo estuvo fijando. En esto, el biodiesel es bien distinto a la alternativa eléctrica, y –mucho más—al gas natural. En la Argentina, la matriz de generación eléctrica se basa por ahora en fuentes fósiles, principalmente gas. Por lo tanto, pasar del ómnibus a gasoil al ómnibus eléctrico significa cierta mejora en eficiencia energética, pero no reduce las emisiones. Es cierto, por donde pasa no contamina, pero hoy es como esconder la basura debajo de la alfombra.

El gas, como alternativa, también implica una mejora. Además de reducir algo las emisiones, está la esperanza del shale, que promete fluir a raudales de Vaca Muerta. Pero desde el punto de vista ambiental, es más de lo mismo. Se trata de un combustible fósil, cuya combustión va a seguir agregando partículas de CO2 a la atmósfera, algo que la humanidad se ha propuesto eliminar.

Otra ventaja para el biodiesel es que no requiere cambios de tecnología. La línea 132 funciona con un motor Scania, homologado por la empresa. En el acto estuvieron sus más altos directivos, quienes remarcaron que anda mejor el biodiesel puro (B100) que las mezclas. El de la línea 91 tiene un motor Cummins, fabricado en Brasil, en proceso de homologación.

La cuestión es que el campo encontró otra veta para aportarle a la ciudad. Había un antecedente: hace tres meses, la provincia de Santa Fé implementó el biodiesel para el transporte público en las grandes ciudades, con el impulso de la ministra de la Producción Alicia Ciciliani y la secretaria de Energía Verónica Geese.

Es para celebrar, en las postrimerías de un año difícil. Recordemos al poeta tandilense Ambrosio Rennis: “cuando el campo está triste, los pueblos se llenan de yuyos”.