¿Quo vadis Brasil?

El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, junto a su ministro de Economía, Paulo Guedes, impulsor de reformas pro-mercado, pero con fuertes resistencias dentro mismo de su gobierno. Foto: AP Photo/Eraldo Peres.

En un mundo globalizado la evolución económica y política de los principales socios comerciales es siempre un factor relevante; en nuestro caso, lo que pasa en Brasil siempre nos afecta.

Autor: Ricardo Arriazu en Clarin - 21/04/2019



El desempeño de las economías de Argentina y de Brasil desde 1980 ha sido muy pobre. Mientras el PBI mundial se expandió 2,8 veces durante este período, el del Brasil lo hizo 1,4 veces y el de Argentina apenas se duplicó. Los resultados en términos de ingresos por habitante fueron aún peores.

Al observar en detalle la evolución por décadas, se puede comprobar que la pequeña ventaja a favor de Brasil se registró en la década de 1980 cuando el PBI de nuestro país bajó en términos absolutos; a partir de allí nuestro país muestra mejores indicadores, especialmente en la década de 1990. La similitud de la evolución más reciente de ambas economías es notable. Favorecidos por la suba de los precios de las materias primas, ambos países registraron grandes mejoras en el ritmo de crecimiento del PBI, en los indicadores de pobreza, en las cuentas fiscales y en las cuentas externas. Toda esta bonanza se terminó cuando bajaron los precios de las materias primas a partir de 2011, y ambos países enfrentaron problemas de desequilibrios fiscales y externos. La falta de prudencia en el manejo de la bonanza llevó a ambos países a crisis económicas.

La magnitud de los desequilibrios macroeconómicos en Brasil en 2015 y en Argentina 2015-2017 fue casi idéntica; la reacción de ambos países ante la baja de los precios de las materias primas también fue similar: incrementar el gasto público para tratar de compensar la baja del gasto privado, lo que llevó a incrementar los desequilibrios fiscales (a más del 8% del PBI en Brasil y 7% en Argentina) y externos (4% del PBI en Brasil y 5% en Argentina). Ante esta situación se repitió lo que siempre pasa en estas circunstancias: una reversión brusca del financiamiento externo y salidas de capitales por parte de residentes.

A principios de 2018 Brasil había casi concluido su ajuste del sector externo (reflejo de una caída de actividad del 11 % entre fines de 2013 y principios de 2017) y comenzaba a insinuarse una gradual mejora en las cuentas fiscales, por lo que estaban sentadas las bases para volver a crecer. En este contexto se realizaron las elecciones generales en octubre de 2018 con el sorprendente triunfo de Jair Bolsonaro, quien no figuraba en las encuestas de pocos meses antes. Según algunos periódicos, la plataforma gubernamental de Bolsonaro estaba basada en “mano dura, libre mercado y Dios”. Su eslogan de campaña fue “Brasil por encima de todo, y Dios por encima de todos”.

En el campo económico nombró como principal ministro a un graduado de la Universidad de Chicago, claramente pro-mercado y partidario de grandes reformas estructurales. Las reformas a las que aspiran (achicamiento del Estado, reforma previsional, simplificación tributaria, reducción drástica del déficit fiscal, privatizaciones, programas sociales, apertura comercial externa, renegociar Mercosur y alcanzar acuerdos de libre comercio con otras regiones, mejoras de productividad, etc.) entusiasmaron a los mercados y se reflejaron en bajas del llamado “riesgo país” y en fuertes subas del precio de las acciones.

Sin embargo, este aparente giro hacia el libre mercado fue puesto rápidamente en duda con otros nombramientos como el del canciller Ernesto Araújo –con una ideología antiglobalización, pro-Trump pero receloso de los Estados Unidos-, y ocho militares en el gabinete. Simultáneamente el propio Presidente, y su Vicepresidente (el General Hamilton Mourao) expresaron dudas sobre algunas privatizaciones. Todo tiende a indicar que la discusión interna sobre la dirección de las reformas todavía no ha comenzado (algo parecido a lo que sucedió en Chile en la década de 1970), y que estas reformas deben ser aprobadas por un Congreso totalmente atomizado en donde el gobierno no tiene mayoría propia.

El primer proyecto de reforma importante que el nuevo gobierno envió al Congreso fue el relacionado con el sistema jubilatorio, el que en el año 2018 registró un déficit 266 mil millones de reales. Este desequilibrio es el resultado de importantes cambios demográficos que no fueron tomados en consideración en la ley vigente. La tasa de dependencia (personas de más de 65 años en relación a personas entre 15 y 64 años) que era apenas del 7% en 1950, se elevó a casi el 50% en la actualidad; financiar este desequilibrio sin elevar la edad jubilatoria y sin modificar el actual sistema es prácticamente imposible, y ya representa una enorme carga para el resto de la economía.

El proyecto de reforma enviado al Congreso fue audaz (reforma de los sistemas militares y del sector público, suba de la edad jubilatoria, coexistencia de un régimen de capitalización, etc), pero los traspiés fueron casi inmediatos. Para lograr la aprobación del sistema de retiro militar debieron comprometerse a incrementar gastos para la modernización del ejército que absorberían el 90% de los ahorros proyectados, y todavía no logran los apoyos suficientes para la aprobación del resto de las reformas.

Los mercados reaccionaron con desilusión, sin percatarse que su entusiasmo inicial no contemplaba los arduos, necesarios e inevitables debates que se ocurrirán. Brasil tiene una gran oportunidad, pero si no logra un amplio consenso sobre las reformas será difícil aprovecharlo.

Ricardo Arriazu es economista.