Sin un plan económico claro, ¿quién hará crecer la actividad?

A más de un mes del inicio del nuevo gobierno, todavía no queda claro cuál es el programa económico y, dentro de lo poco que se puede vislumbrar, cuáles serán los motores de la economía en los próximos años. La falta de definiciones, en el contexto de una encrucijada en la cual el tiempo juega en contra, representa un desafío importante para la economía en 2020.

Autor: Marcos Buscaglia PARA LA NACION - 19/01/2020


El retraso preocupa más si consideramos que los estudios de psicología más modernos muestran que nos lleva solo unos pocos segundos formar nuestras impresiones de otras personas o de situaciones, y que la primera impresión que nos llevamos tiene un impacto muy duradero. Lo mismo quizás ocurra con los gobiernos y sus planes económicos.

Malcolm Gladwell, autor del best-seller Blink, argumenta que cada vez que las personas tienen que dar sentido a una situación complicada o manejar mucha información rápidamente, la simplifican al extremo para comprenderla de manera veloz. Según Gladwell, pensamos casi sin pensar, intuitivamente, simplificando todo. Lo mismo aplica a los programas económicos: rápidamente tratamos de catalogarlos como ortodoxos, heterodoxos, procampo, anticampo, etcétera.

Los estudios de psicología muestran que no solo nos formamos nuestra primera impresión de cualquier situación o encuentro muy rápidamente, sino que la primera impresión -como dice el dicho popular-es la que cuenta.

Según el premio Nobel de Economía Daniel Kahneman, autor de Pensar Rápido, Pensar Despacio, la primera impresión tiene un impacto muy importante porque los humanos tenemos un sesgo cognitivo, que es la tendencia a que nos guste todo o nada de una persona o situación, sin puntos intermedios. Entonces si una persona nos cae bien de entrada, es posible que nos siga cayendo bien, incluso hasta llevándonos a ignorar información que apunte a lo contrario, y viceversa. Lo mismo aplica a los programas económicos: si nos caen bien de entrada estamos hasta dispuestos a aceptar algunos "desvíos". Y viceversa.

El nuevo gobierno parece, sin embargo, no tomar estas apreciaciones muy en cuenta, ya que ha dado muy pocas precisiones sobre el rumbo económico. En síntesis, la primera impresión del gobierno de Alberto Fernández es que no tiene un plan.

No se trata de que usted, que quizás estuvo de vacaciones en días recientes sin prestar mucha atención a las noticias de política y economía, no puede hoy dilucidar el núcleo del plan económico. Los empresarios más importantes del país tampoco tienen idea. El periodista Pablo Fernández Blanco, en la edición de LA NACION del jueves último, reportó sobre una reunión de algunos importantes empresarios en Punta del Este, ocurrida el fin de semana anterior, con el objetivo de comprender cuál es el plan del presidente Alberto Fernández. El artículo argumenta que, entre los participantes, "nadie sabe cuál es el plan económico del país una vez que esté solucionado el problema de la deuda."

La incertidumbre sobre el rumbo económico es particularmente dañina en esta parte del año, cuando las empresas están afilando sus presupuestos, sus decisiones de producción, de inversión y de contratación de personal. Lo hacen en un contexto en el cual no es posible proyectar ninguna variable con seriedad para 2020.

En realidad, si prestamos un poco más de atención y juntamos distintas medidas y anuncios sueltos, hay algunos esbozos de un programa. Vamos a llamarlo, utilizando una terminología de Juan José Llach, un programa de "mercadointernismo rentístico", con un toque de ortodoxia fiscal, otro de heterodoxia monetaria y otro de redistribución a la base de la pirámide social.

Simplificándolo al extremo, el programa sería el siguiente. Se cierra la economía, tanto la cuenta capital (cepo e impuesto a la compra de dólares) como la cuenta corriente (restricciones cuantitativas a la importación e impuestos a la exportación). El cepo permite tener una política monetaria más expansiva (heterodoxia monetaria), que posibilita aumentar la demanda doméstica, sin generar una pérdida de reservas y/o una depreciación del tipo de cambio en el mercado oficial, por lo menos por un tiempo.

Al estar cerrada la economía (mercadointernismo rentístico), esa suba de la demanda beneficiaría a los empresarios locales y generaría algo de reactivación del empleo. Para evitar que la inflación se dispare se congelan tarifas, se controlan algunos precios, se "plancha" el dólar oficial por un tiempo, y se pone un límite al aumento de salarios y jubilaciones, centrándolo en los niveles más bajos (redistribución a la base de la pirámide). Para compensar el aumento del déficit que trae el congelamiento de tarifas y esta tenue redistribución de ingresos, se suben impuestos, en particular al agro, y se licúan las jubilaciones y los salarios públicos, con aumentos menores a la inflación. La situación fiscal mejora marginalmente, para poder encauzar la renegociación de la deuda (ortodoxia fiscal).

La pregunta es si este modelo puede generar algo de crecimiento y por cuanto tiempo. Dejamos de lado sus consecuencias sobre el potencial de crecimiento de mediano plazo por el momento, ya que todo lo hecho en los últimos meses es perjudicial en ese sentido: el reperfilamiento y el default de la deuda, el cepo, el aumento de retenciones y otros impuestos, la recaptura del Estado por parte de intereses especiales, los cambios de reglas de juego en muchos mercados, etcétera, etcétera. Nos referimos a si el plan logrará los objetivos de corto plazo para los que parece haber sido diseñado.

El modelo así planteado tiene serios problemas para generar un crecimiento más o menos sostenido sin disparar la inflación, dado que es difícil encontrar fuertes motores de crecimiento en el contexto de baja credibilidad.

Del lado de la demanda hay pocas razones para el optimismo. El gasto público va a estar restringido por límites de financiamiento, los que solo se van a ver algo aliviados por la reestructuración de la deuda. Es probable que la inversión privada siga cayendo, como ya vemos que ocurre en Vaca Muerta y en otros sectores. La construcción privada podría acelerarse dado que los costos de construcción en dólares han caído, aunque las restricciones que afectan al mercado inmobiliario quizás le pongan un freno. Las exportaciones seguramente caerán, dado que el modelo tiene un sesgo claramente antiexportador. Queda como motor el consumo privado. El de bienes durables como autos y electrodomésticos difícilmente tire mucho, dados los impuestos adicionales. Además, están caros en términos de salarios y el crédito es escaso y quizás lo siga siendo, incluso con una política monetaria más expansiva. El único motor entonces sería el del consumo habitual, apuntado por bajas tasas y mejoras de ingresos reales en la base de la pirámide. Pero no es mucho lo que puede dar.

Al final de cuentas, los experimentos de mercadointernismo rentístico que fueron exitosos en el corto plazo como en los años 40 y durante el período 2003-2010 se basaron en un fuerte aumento de los precios de nuestras exportaciones, que permitieron aumentos de gasto público y de salarios reales. Hoy ese "regalo" externo brilla por su ausencia. Querer empujar demasiado de la política monetaria para cebar el consumo puede llevar a más inflación en lugar de más actividad, dada la falta de credibilidad que trae la ausencia de un plan integral.

Si miramos los motores del crecimiento del lado de los sectores de la economía se llega a una conclusión complementaria. El agro, la minería (incluyendo extracción de petróleo y gas), la energía (generación y distribución), el sector financiero y el inmobiliario, seguramente no empujen el crecimiento en 2020 y en los años siguientes. El sector del transporte, muy dependiente del agro, tampoco. Los únicos beneficiados serán algunos segmentos manufactureros destinados al mercado interno (textiles y otras industrias livianas), algo el comercio y el sector turístico. No es mucho para iniciar una recuperación sostenida.

A pesar de que las primeras impresiones son tan importantes, los gobiernos siempre tienen oportunidad de cambiar. Si la reestructuración de la deuda se implementa exitosamente y se comienza a reducir el gasto público, bajando impuestos y levantando las restricciones recientemente impuestas, habrá una segunda oportunidad para tener la primera impresión.

*El autor es economista.

PhD (Universidad de Pensilvania); fue economista jefe para América Latina de Bank of America Merrill Lynch. Coautor de ¿Por qué fracasan todos los gobiernos? c/S.Berensztein