El fin de la hegemonía peronista.

Vior

La columna vertebral son los feudos posmodernos y los suburbios empobrecidos. Quien se esperaba que ganara, ganó, quien se esperaba que perdiera, perdió. Pero crecen los extremos y disminuyen los votantes. Este es el talante del país: cansado, sombrío, rabioso.

Autor: Loris Zanatta en Clarin - 16/11/2021


Todo el mundo quiere respuestas inmediatas, nadie las tendrá salvo en el tiempo y dolorosos trances de por medio. Ni siquiera el circo del “sígueme o Dios te castiga”, del “votame o no tendrás planes”, del chivo expiatorio servido en bandeja, funciona como antes. Argentina es un volcán, ¡vaya novedad!

¿Y ahora? A los ganadores tocará demostrar que saben ganar, a los perdedores que saben perder. El país hace agua, las fallas son antiguas, la pandemia fue el golpe de gracia, nadie saldrá solo de ello. Después de la fiesta, la oposición tendrá que decidir lo que será de grande, cómo gastar la confianza recién ganada.

Está bien bloquear el asalto a la justicia, derribar el “vamos por todo”, cavar la fosa a los impulsos hegemónicos. Es el mínimo, la trinchera de la defensa republicana. ¿Pero luego?

Dos años en medio del desierto son eternos, ay de desperdiciarlos buscando un líder. El futuro comienza ahora. Entonces, ¿qué alianzas? ¿Qué reformas? ¿Dónde comienza pasa la línea divisoria entre la mediación y la intransigencia?

Se necesitará una especie de “gobierno en la sombra”, capaz de propuestas y visión. Propuestas sobre fiscalidad y deuda, mercado laboral y seguridad social, administración pública y competencia, educación y transición ambiental. Y una visión de futuro, la capacidad de trasladar el eje del debate de la pobreza al crecimiento, de la autarquía a la apertura, de las “raíces” a la innovación, del estatismo a la movilidad social, del “pueblo” a las personas. Muchas cosas para Argentina.

Diálogo sí, compromisos también. Pero con la espalda recta, y la fuerza de la mayoría: las victorias electorales son cargas, no medallas, hechos históricos, no cenas de gala. En definitiva, es hora de hacer lo que nadie se atrevió a hacer en 2015, de enfrentar la hegemonía ideológica peronista: este es el nudo gordiano argentino, el mandato electoral.

¿Y los perdedores? Para los peronistas, perder no es parte del juego. Las primeras reacciones del presidente lo confirman. Nunca, creo, Argentina ha tenido uno más inadecuado, uno al que el papel le cayera tan grande.

Es cierto que no es la primera derrota y que ya tuvieron que tragarse otras en el pasado. Pero la sed de venganza ha prevalecido siempre sobre el análisis de las causas, la búsqueda de coartadas sobre la autocrítica, el opaco ajuste de cuentas interno sobre el debate democrático.

El problema es que si los peronistas no saben perder es porque no se lo pueden permitir. Un problema que envenena los pozos de la política argentina. Su razón de ser está en juego: un partido gana o pierde, pero no una fe, una fe no está hecha para perder.

¿Qué queda de su pretensión de ser la religión de la patria, de expresar la cultura del pueblo, de proteger al país de la contaminación colonial, si el país y el pueblo le dan la espalda? ¿Si el pueblo electoral, el pueblo de la Constitución, derrota al pueblo elegido, al pueblo de Dios? El relato se derrite, la fe se evapora, el Rey está desnudo.

La bofetada, otra más, fue terrible. El mapa de colores de la votación impresiona: los peronistas se retiran como un jersey de lana mal lavado. Hoy son un partido del Noroeste. Un paso más y tocarán las puertas de Bolivia. Partido sin pueblo y sindicatos sin trabajadores: poco o nada queda del partido de los obreros.

Su columna vertebral son los feudos premodernos y los suburbios empobrecidos. No es casualidad que cultive mitos pobristas y maldiga el mundo moderno, por eso habla y razona como lo hacía hace cincuenta años. Sin ímpetu y falto de ideas, ajeno al mundo exterior y encerrado dentro de su búnker obsoleto, administra los sacramentos y repite ritos antiguos. Como en un funeral.

Aquí, sin embargo, reside el mayor peligro. El animal herido es el más impredecible. Especialmente si se consideraba invulnerable, el más poderoso del bosque. ¿Qué harán los peronistas? ¿Intentarán transformar su velatorio en el velatorio del país? Après moi le déluge? ¿Muera Sansón con todos los filisteos? ¡Cuántas veces ya descargaron sobre todos sus fracasos! ¿O tendrán un sobresalto de responsabilidad, y tomarán nota de la realidad? Dicen que aman la patria, que defienden al pueblo, que quieren el bien común. Es hora de demostrarlo.

En el primer caso, esperemos el habitual estribillo, la codiciosa búsqueda de enemigos, el colérico ondear de las banderas eternas, el consabido lloriqueo victimista: contra la oligarquía, contra el imperialismo, contra el capital, ellos tienen la culpa del declive argentino, de la conspiración sufrida por el campo nacional y popular! Un manido teatro del absurdo. En el segundo caso, alguien podría negarse a cantar el himno mientras el Titanic se hunde.

En este caso, puentes dorados para el enemigo que huye. Nadie reclama la extinción del peronismo. Con Darwin, solo un cierto grado de evolución: de iglesia a partido, de fe a opción. Para eso están las derrotas.