El reflujo hacia el centro

Ilustración: Mariano Vior

Antes de las recientes elecciones de medio término en los Estados Unidos, Donald Trump y sus adictos anunciaban una “marea roja” (este color es emblema del Partido Republicano) que inundaría a modo de repudio el sistema político de esa antigua república.

Autor: Natalio Botana para Clarin - 27/11/2022


Nada de eso ocurrió. Hubo en su lugar un reflujo electoral que castigó a los candidatos más identificados con Trump, hizo que el Partido Demócrata del presidente Biden retuviera el Senado y dio curso a una expresión moderada de la ciudadanía.

¿Significa este dato que el desafío autoritario de Trump ha sido definitivamente derrotado y que el sistema político de los Estados Unidos recupera la legitimidad de las leyes electorales y de la alternancia pacífica, ambas vituperadas por Trump? No es tiempo todavía para dar una respuesta terminante, si bien las críticas a ese asaltante de instituciones están creciendo dentro y fuera del Partido Republicano.

Esto no impide que la viciosa lección de Trump siga cosechando frutos. Bolsonaro aceptó a regañadientes en Brasil la victoria de Lula del mismo modo como nosotros anticipamos ese culto a la intolerancia cuando la presidenta saliente, Cristina Kirchner, se negó a transmitir los símbolos del mando al presidente entrante Mauricio Macri en 2015.

De norte a sur, este tridente que desprecia las reglas que convierten la dureza de la política en una ceremonia pacífica, prosigue diseminando su mensaje mediante una retórica dispuesta a esgrimir mentiras y a enmascarar lo que realmente acontece.

Tal vez valga la pena insistir sobre este último punto. El mundo de la mutación tecnológica, plagado de tribus que conforman las redes sociales, está cruzado por infinidad de relatos.

Sin embargo, aunque resulte paradójico, sobre esa maraña de pareceres emerge en nuestras democracias otra imagen de la figura del demagogo. Como antaño, estos protagonistas de la escena política manipulan la retórica para ocultar hechos y verdades. Su reino, en efecto, se construye al calor de esa disputa de opiniones en tanto factor sobresaliente entre tanta variedad.

Con tal objeto, el demagogo dispone de muchas armas. Entre ellas la más importante tal vez sea la polarización; es decir, el intenso y mutuamente excluyente combate de los extremos que corta de raíz el universo de la política. De resultas de este movimiento dicotómico, montado sobre los antagonismos de “nosotros y ellos”, o de “amigos y enemigos”, no parece que hubiese espacio de conciliación ni atisbo de amistad cívica.

La retórica de la polarización excluyente pretende ocupar ese espacio vacío, atrayendo a un amplio sector de la ciudadanía que, según nos muestran los ejemplos de los Estados Unidos y de Brasil, todavía permanece de pie y se niega a intervenir en esas batallas de todo o nada.

Daría la impresión, por consiguiente, que el terreno sobre el cual elaborar una política de acuerdos y concertación aún conserva en las democracias alguna fertilidad. Cuando las cosas parecían estar al servicio de los extremos, el centro del sistema político ha revelado tener poder de resistencia.

Para sobrevivir y perfeccionarse ese centro en formación debería recrear los dos requisitos que Raymond Aron asignaba a la calidad de los regímenes constitucionales pluralistas: el respeto irrestricto a la legalidad (gobierno de la ley o estado de derecho) y el sentido de compromiso entre fuerzas afines con el propósito de trazar el rumbo de la legislación y afianzar, añadiría de mi parte, una ética reformista.

Asimismo, si el centro en los regímenes democráticos reflota su voluntad de permanencia y afronta los desafíos extremistas, debe tener en cuenta que, en esta tercera década del siglo y frente a la arremetida de las autocracias, no caben definiciones vagas ni proyectos que aspiren a la unanimidad. No se trata pues de cultivar tales ilusiones sino de forjar mayorías estables de gobierno, aptas para sobrevivir durante una larga década semejante a la que dispuso en nuestro país el populismo.

La pretensión de la unanimidad, o de ampliar mayorías que abracen hasta por ejemplo el 70% del espectro representativo, no es buena receta. Sí lo es el esfuerzo encaminado a defender mayorías duraderas y disciplinadas que, aun soportando las tensiones propias de las coaliciones de gobierno, afrontan reformas de fondo capaces de adquirir consistencia a través de los años.

Este último objetivo no es fácil de alcanzar dado que los procedimientos electorales de la Constitución, junto con las PASO, introducen en el sistema político una cadena de pruebas electorales cada dos años.

Mantener el timón de las reformas durante una década, exigiría sortear con éxito, luego de una presunta victoria el año próximo (algo para nada garantizado) otros ocho comicios contando elecciones intermedias y definitivas en que se ponen en juego candidaturas presidenciales. Desafío de proporciones sobre el cual pende la amenaza del “pato rengo” que sufre ahora el presidente Fernández y condujo al derrumbe del presidente de la Rúa.

Los condicionamientos de las elecciones intermedias pueden ser superados como muestran las presidencias de Menem y del matrimonio Kirchner, pero en las experiencias de Alfonsín y de la que ya señalamos de de la Rúa tuvo efectos letales (también en el caso de Macri que, para conquistar la victoria en las intermedias de 2017 postergó reformas fiscales, una molicie que se volvió en contra en el último tramo de su mandato).

¿Se presta atención a este contexto cuando a la obsesión del oficialismo para hacer impunes actos corruptos se suman brotes facciosos en la oposición? Es posible que esa obstinada búsqueda de impunidad sufra algún freno por unos fallos judiciales que robustezcan nuestro alicaído estado de derecho.

Por su parte, los brotes facciosos no se resuelven con sentencias judiciales. Requieren desarrollar un estilo moderado inserto en perfiles de coraje que enfrenten nuestras durísimas resistencias al cambio. Dos virtudes aparentemente opuestas y no obstante necesarias en tiempos de crisis. Es lo que estará en juego en los meses por venir.

Natalio Botana es Politólogo e Historiador. Profesor emérito de la Universidad T. Di Tella.