Cristina, Scioli y Moyano no son el problema.
Admitamos que este no es mejor momento para hablar de la importancia de las cosas. En el centro de toda la atención está la pelea personal: Cristina, Scioli y Moyano. Porque pareciera que hay dos niveles en la política argentina: por un lado, un universo de personas, de peleas de los dirigentes entre sí y, por el otro, el de las cosas.
Autor: HUGO MARTINI - 19/07/2012
El primer lado vive uno de sus momentos de gloria: produce todas las noticias que se conocen y consumen. El otro lado, el de las cosas, pareciera no preocuparle demasiado ni al gobierno ni a la oposición.
El nivel de locura es tan alto que no consideramos como enemigos a las cosas que importan o sea: desempleo, pobreza, corrupción, falta de inversión, inseguridad personal y jurídica, informalidad laboral o aislamiento internacional. En cambio los enemigos son de carne y hueso: derecha o izquierda, liberales o progresistas, conservadores o socialistas, piqueteros o gremialistas, peronistas, radicales, macristas o socialistas.
La dificultad más seria para comprender este nivel de deterioro es la arrogancia. Pero no es la primera vez que este fenómeno ocurre en la Argentina. Hace 160 años, Alberdi imaginó que el problema no eran los caudillos unitarios o federales, aunque ellos estaban convencidos que aquella era una guerra personal en la que defendían sus intereses. La arrogancia les hacía imaginar a los líderes, del interior o del puerto, que eran los responsables de lo que pasaba. Que la eliminación física del enemigo solucionaría los problemas.
Alberdi imaginó, en cambio, que el problema real no eran ellos, aunque se estuvieran matando, que ninguno tenía razón y que la guerra así planteada no tendría fin. El diagnóstico era más humilde: la crisis estaba en la extensión del país, en la soledad, en el aislamiento, en la ignorancia y en el desierto. De este reconocimiento salieron políticas activas para impulsar, entre otros, inmigración, escuela pública, agricultura, ferrocarriles, puertos, elevadores de granos y nuevos códigos civiles y de comercio. Sería bueno repetir el ejercicio que hizo la Argentina hace 160 años, cuando imaginó que los problemas estaban en las cosas.
Vamos a suponer por un momento que Cristina, Scioli y Moyano creen, como los unitarios y federales del siglo XIX, que los problemas van a solucionarse con la victoria de alguno de ellos. O sea, la reelección de Cristina, la presidencia de Scioli o con Moyano, transformado en el Lula argentino.
El sistema actual funciona como una trampa. Los tres en primera línea están convencidos que el problema es una pelea personal por el poder y la oposición imagina que el país sería mejor si los tres estuvieran ausentes. Habría que cambiar los nombres, mejorar las formas, intercambiar gestos civilizados y la Argentina empezaría a funcionar.
La oposición será una opción cuando pueda escapar de las peleas personales y proponga resolver los problemas reales. La instrumentación de esta propuesta necesitará de la ayuda de técnicos y profesionales, pero la idea del cambio –si llega- será esencialmente política.
Cristina, Scioli y Moyano no inventaron estos males, son el producto de repetir, sin cesar, la misma receta: todo es un problema de personas. De personas detrás de intereses, pero básicamente de personas. Algún día los tres no estarán y las cosas no resueltas cobrarán su revancha.