El costo de concentrar la población.
El censo 2010 trajo la mala noticia de una interrupción de la suave tendencia de desconcentración del área metropolitana de Buenos Aires (AMBA) que se venía dando desde 1970, o desde 1980 si se excluye a la ciudad de Buenos Aires.
Autor: JUAN LLACH - 09/05/2011
Este cambio se debe al crecimiento de algunos de los 24 partidos tradicionales del GBA, ya que la ciudad de Buenos Aires ha reducido su población desde 2001 en 104.000 personas y tiene hoy menos habitantes que en 1947.
El Indec divide a los partidos del GBA en cuatro cordones, según su nivel socioeconómico. El cordón 1 comprende San Isidro y Vicente López. El 2, Avellaneda, General San Martín, Hurlingham, Ituzaingó, Morón y Tres de Febrero. En el 3 encontramos a Almirante Brown, Berazategui, Lanús, Lomas de Zamora y Quilmes. Incluimos también aquí a La Matanza, una provincia disfrazada de partido que el Indec ubica entre los cordones 2 y 4, y que ha crecido un impresionante 38,7% desde 2001, llegando a 1.772.000 habitantes. En fin, el cordón 4 incluye a Esteban Echeverría, Ezeiza, Florencio Varela, José C. Paz, Malvinas, Merlo, Moreno, San Fernando, San Miguel y Tigre. El comportamiento demográfico de estos cordones ha sido muy diferente. Entre 1991 y 2010, el cordón 1 cayó un 4,4% y el cordón 2 aumentó apenas un 1,6%. En notable contraste, en el mismo período el cordón 3 aumentó su población un 27,4% y el 4 creció un 45,9%, el doble que el aumento del 22,9% de la población argentina. El precio de la tierra aparece como el principal gobernante de los movimientos poblacionales dentro del GBA, al llevar segregadamente a pobres y a ricos a buscar sitios más baratos que los del centro regional.
Desde hace tiempo se ha hablado de una megalópolis o ciudad-región ribereña que abarcaría desde Rosario hasta La Plata y hay sin dudas pistas de su configuración a largo plazo. Pero aún más claros son los indicios del afianzamiento de la megalópolis de Buenos Aires. El último censo nos ha mostrado un fuerte crecimiento poblacional de lo que podemos llamar los cordones 5 y 6 del GBA, mostrando que la propia AMBA va quedando chica y cara. El cordón 5 incluye partidos que distan hasta unos 65 kilómetros de Buenos Aires, tales como Cañuelas, Escobar, Rodríguez, La Plata, Luján, Pilar o Presidente Perón, los que han crecido desde 1991 un 46,9%, más que el cordón 4. El cordón 6 comprende aproximadamente la franja de 65 a 150 kilómetros de Buenos Aires e incluye, entre otros, a Brandsen, Campana, Exaltación de la Cruz, Magdalena, Monte o Zárate; su crecimiento ha sido parejo al del cordón 3 del GBA, un 28,2 por ciento.
También es llamativa la distribución geográfica del incremento demográfico en todo el país. La población total aumentó casi tres millones en los últimos nueve años, bastante menos que los cuatro millones y medio del período 1991-2001. Un impresionante 45% de ese aumento -contra 28,3% entre 1991 y 2001- se concentró en los cordones 3 a 6 del GBA, y casi un 17% sólo en La Matanza. La región Pampeana ocupó el segundo lugar, aportando un 16% del crecimiento demográfico del país sólo por su peso relativo (30%), ya que creció apenas un 5,7%. De lo dicho resulta que los cuatro cordones periféricos del GBA y la región Pampeana concentraron más del 60% del aumento de la población argentina entre 2001 y 2010, siguiendo luego el NOA con un 14,9%; la Patagonia, con un 10,4%; el NEA, con 9,7%, y por último Cuyo, con 8,4%. En todas las provincias, en la ciudad de Buenos Aires y en los cordones metropolitanos se desaceleró el crecimiento poblacional en el último período intercensal, salvo en Santa Cruz, que pasó de 24 a 37,6% de aumento, en el cordón 3 del GBA (ubicando allí a La Matanza), que pasó de 9,7 a 16,1%, y en Chubut, que mantuvo su ritmo de crecimiento. Más allá de alguna excepción departamental -sobre todo, en localidades turísticas o mineras-, la desaceleración del crecimiento demográfico en el resto del país fue generalizada. Por ejemplo, el NOA pasó de crecer 22,2 a 9,7%; el NEA, del 20,1 al 8,4%, y Cuyo, del 17 al 9,5%. Más aún, estos aumentos fueron casi seguramente menores -el Indec aún no lo informó- a su crecimiento vegetativo, lo que significa que esas regiones sufrieron emigraciones netas de población. La única región que logró evitarlo de manera clara fue la Patagonia Austral, y en buena hora, por el turismo, por el petróleo, pero también por una masiva inyección de gasto público en el caso de Santa Cruz. Aun así, las regiones mencionadas lograron ganar unas pocas décimas de participación en la población total del país, pero muchas menos que las del período intercensal 1991-2001. En contraste, las únicas que crecieron menos que el país y perdieron participación poblacional fueron la ciudad de Buenos Aires, los cordones 1 y 2 del GBA y la región Pampeana, en buena medida por su menor crecimiento vegetativo.
Frente a una distribución poblacional como la que se está dando en la Argentina surgen distintas actitudes y perspectivas analíticas. Una se limita a constatar el fenómeno, echa una rápida mirada al mundo para observar que algo parecido está ocurriendo en muchos países y, aun reconociendo que se trata de algo poco armónico con la escala o aun con la naturaleza humana, concluye que nada debe o puede hacerse para corregir el rumbo.
En la vereda opuesta se aceptan algunos componentes inevitables de la formación de megalópolis, pero se subraya que ellos conviven con otros rasgos que sí pueden modificarse y a los que sería bueno recurrir, dados los evidentes problemas de las megalópolis. Pueden mencionarse la fuerte segregación socio-geográfica, generadora de círculos viciosos de pobreza y desempleo, el colapso de partes de la infraestructura urbana, las gigantescas pérdidas de tiempo por la insuficiencia de los transportes, el avance del consumo de drogas y del narcotráfico, los problemas de seguridad en parte asociados a ello y, no lo menos importante, la alta propensión a desarrollar relaciones de clientelismo entre el Estado y muchos de los ciudadanos de la megalópolis.
Es claro que algunas de las políticas económicas y sociales desarrolladas en lo que va del siglo han tenido mucho que ver con el acentuado retorno a la concentración poblacional en la megalópolis. La principal de ellas es el centralismo en la apropiación de recursos, que ha privado al Interior de más y mejores oportunidades de desarrollo productivo y también de buenas prestaciones de servicios de educación o salud. Parte importante de los recursos así detraídos han financiado gastos públicos y subsidios a la energía o los transportes en el AMBA, reduciendo su costo a la mitad o la tercera parte que en el Interior. Estas políticas han atraído por igual a migrantes internos y externos, quizá de un modo creciente, aunque no se lo puede saber porque no hay información al respecto. Estudios que no se hacen, regiones que no se gobiernan. Tampoco ha habido una política racional de fomento de la agregación de valor in situ, factor clave para el arraigo de poblaciones en el Interior, incluyendo naturalmente a la región Pampeana. En esto también ha fallado el sector privado, poco propenso, salvo excepciones, a trabajar en acuerdos a lo largo de las cadenas de valor en pos de ese objetivo. La política económica de impacto poblacional de esta década tiene la virtud de mostrar, invirtiéndola, lo que debería hacerse para revertir las tendencias descriptas. Descentralizar recursos hacia provincias y municipios, eliminar gradualmente los impuestos que castigan a la producción, utilizar los dineros así disponibles para mejorar sustancialmente la calidad de la educación, la salud y la nutrición en las provincias y apostar, de este modo, a un perfil productivo propio del siglo XXI, centrado en el acceso a la sociedad del conocimiento. Una agenda tan convocante como ausente.
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