Una solución convertida en problema
Para quienes tenían dudas sobre el impacto del agro en la economía nacional, el experimento K (que consistió en frenar a un sector para ver qué pasaba) arrojó un resultado contundente
Autor: HECTOR HUERGO - 01/09/2009
Se paró la economía, se complicó el generoso superávit fiscal y se asiste a una fenomenal fuga de capitales. Se tuvo que echar mano de los haberes jubilatorios, aumentó la pobreza, se tensó la situación social y hasta se ve amenazada "la mesa de los argentinos".
Hay que retomar el crecimiento del campo y la agroindustria. No en forma excluyente, si se quiere, pero prioritaria. Simplemente, porque es lo que hay. Y no es poca cosa. Recordemos: con lo que hay podemos llegar a 120 millones de toneladas para 2015, como proponía, en un estudio serio y meticuloso, basado en información del INTA, la Fundación Producir Conservando.
Este año, de experimento K más sequía, bajamos de los casi cien millones de 2007 y 2008 a apenas 60. Esta, y no la crisis internacional, es la razón del agotamiento de un ciclo. Nuestros vecinos casi no la sufrieron y siguen creciendo. También nuestros clientes, China en particular, ahora atendidos por la competencia.
El Gobierno cree que sin cambiar nada la cosecha 2009/2010 llegará a 96 millones de toneladas. Las estimaciones privadas dudan, con fundamento, de que se pueda llegar a 80.
Duplicar la producción agrícola en los próximos cinco años significa pasar de 15.000 a 30.000 millones de dólares en exportaciones. El mundo ayuda. Pasamos de la era de los excedentes, que deprimían los precios, a la era de la escasez estructural. Decenas de millones de habitantes de todo el planeta, sobre todo los más densamente poblados de Oriente, transitan hacia nuevos hábitos de consumo. Las proteínas animales sustituyen a las vegetales. La Argentina puede ofrecerles el producto terminado (carnes y lácteos de todo tipo) y los insumos para que ellos mismos lo hagan. Pero para ello hay que hacer borrón y cuenta nueva.
La teoría del desacople subraya su fracaso con un grueso trazo de evidencias. Consiste en mantener los precios internos aislados de lo que ocurre en el mundo. Le está estallando en las manos al Gobierno, que quiso evitar que la estampida de los precios de la energía impactara en la inflación interna. Las consecuencias se viven ahora, cuando, de pronto, el subsidio generalizado en las tarifas de electricidad, gas y transporte tensa al límite las cuentas fiscales.
Ya no está la plata de la soja de 500 dólares la tonelada y cosechas récord. Ya no está la plata del maíz y del trigo. Ni del petróleo. Si hay petróleo, yace en las entrañas de una Argentina que mira con asombro los descubrimientos brasileños, que ahora no sólo tienen petróleo sino que se dan el lujo de sustituirlo con alcohol de caña de azúcar y biodiésel de soja y lideran el mundo de las energías renovables.
Aquí los terneros escasean, lo que presagia escasez de carne para el futuro, y esto se está reflejando en las subas de precios para los animales que se destinan al engorde. El Gobierno habla sin datos ciertos de la crisis lechera, negando la agonía de un sector al que, hasta el año pasado, el mundo veía como el gran tambo del futuro. La burbuja avanza por la tubería.
Pero la estructura es demasiado sólida como para que la tumbe un temblor. Ninguna batalla ideológica se puede interponer a la realidad, que siempre se subleva. Igual, vale la pena razonar en torno a algunos mitos, que constituyen la herramienta de los necios frente a la naturaleza de las cosas. Por ejemplo, que el campo no genera valor agregado. Que el país no va a crecer si se basa en las materias primas. Y se encasilla en este rubro a todos los productos del campo, desde el trigo hasta la leche, desde el maíz hasta el lomo envasado al vacío que se exporta a Alemania. Todos estos productos figuran como productos primarios o manufacturas de origen agropecuario, en la vetusta clasificación del Indec, concedamos que previa a Moreno.
Nadie dice que lo único que debe hacer la Argentina es eso. La idea es, simplemente, cambiar la conceptualización. Detrás de una llamada "materia prima", como el maíz, hay una inmensa cascada de industrias altamente competitivas, típicas de la "sociedad del conocimiento". Hay biotecnología, de la más sofisticada, en las nuevas semillas. Hay fertilizantes, herbicidas, insecticidas y fungicidas. Es la industria que más movió al sector químico y petroquímico en los últimos años. Hay maquinaria agrícola, el mayor consumidor industrial de derivados del acero, el mayor comprador de máquinas-herramienta, el mayor exportador de equipos metalmecánicos (si dejamos afuera a la industria automotriz, que tiene un régimen especial).
El chacarero moderno es el gerente de una línea de montaje a la que concurren toda clase de insumos industriales y servicios sofisticados. Con su sapiencia, talento y espíritu audaz, entierra miles de millones de dólares en una apuesta anual por la cosecha. De la mano de la nueva tecnología vino el aluvión de granos. Alguien puso el pie en la puerta giratoria, pero lo tendrá que sacar, más pronto que tarde.
Se asistió a enormes inversiones en investigación y desarrollo con epicentro en ciudades del interior, como Venado Tuerto, Pergamino y Rojas, donde anida un cluster semillero que aloja a decenas de profesionales argentinos de clase mundial. Desde allí no sólo se crean las variedades e híbridos que requiere la producción nacional, sino que se desarrolla biotecnología para todo el mundo.
Como fruto de este cluster vino la expansión sojera. Ahora, el potencial de rendimiento del maíz, el Saturno (hijo del Sol y de la Tierra) que se acerca y da brillo a esta noche de las pampas, será la base de la próxima fase de crecimiento. Soja, maíz, trigo y girasol figuran como productos primarios, pero tienen altísimo valor agregado, si se entiende por tal la relación insumo-producto. Cuando exportamos maíz, exportamos petróleo que primero se convirtió en gasoil. Fertilizante, que antes era gas que se venteaba, y ahora sublima bajo la forma de urea. Cuando en los años 90 los canadienses concibieron la planta de Profértil, la más grande del mundo, se pensaba en producir para el mercado internacional, porque la Argentina no consumía urea. En 2007, casi toda la producción fue al mercado interno. Se exportó urea, pero bajo la forma de maíz. Sí, el maíz es la forma de agregar valor a la industria petroquímica.
Lo mismo que la soja, que el trigo, que el girasol. Pero todos ellos son también el insumo básico de una enorme cascada de industrias down stream . La más visible es la del crushing sojero, que ha permitido a la Argentina ser el mayor proveedor mundial de aceite y harina de soja. Precisamente, los dos productos que han experimentado el mayor crecimiento del consumo mundial. Entre 1999 y 2008, se duplicó la capacidad de molienda de la industria aceitera. Hoy puede procesar 160.000 toneladas por día, 50 millones de toneladas por año. Es decir: podría salir toda la producción con valor agregado adicional. La inversión en plantas y puertos a la vera del Paraná es ya incalculable. Esas plantas y puertos permitieron dar salida en los últimos diez años a 300 millones de toneladas de productos de soja, que a los valores actuales superan con creces los 100.000 millones de dólares.
La cascada de valor continúa en una nueva oleada: ya se ha instalado suficiente capacidad como para convertir dos millones de metros cúbicos de aceite en biodiésel. Pero eso es apenas el 20% de la producción de aceite. En 2008, el primer año de vida de esta nueva industria, se exportó biodiésel por 800 millones de dólares. Más que carne vacuna.
La estructura se completa con la vigencia de la hidrovía, que permite el ingreso de los grandes buques graneleros (Panamax) a la zona donde se encuentra la producción. El puente Rosario-Victoria acortó el camino hacia el mundo a la soja y el maíz de Entre Ríos, la provincia que experimentó una vertiginosa transición de ganadería pastoril a agricultura intensiva, sustentable y de altos rindes.
En Salta, Santiago del Estero, Chaco, Formosa, ciudades que no tenían un camión ahora tienen 50. Cada uno con 18 cubiertas, que se recambian dos veces por año. Florecen las gomerías, las estaciones de servicio. En las ciudades importantes, las concesionarias de camiones y autos, las fábricas y distribuidores de maquinaria, las agronomías que proveen insumos, los acopios, los hoteles. Los corralones de materiales, la construcción, todos los oficios en pueblos que florecían. Sí, había pleno empleo. Allí no llega el Indec, pero todo el mundo sabía que el problema era conseguir mano de obra.
"Con el campo solo no alcanza", se insiste, avalando objetivamente el experimento K. No es momento de discutir si alcanza o no para resolver todos los problemas económicos y sociales del país. Digamos simplemente que el intento de abortar la Segunda Revolución de las Pampas trajo aparejados más problemas y más pobreza. Se convirtió una solución en un problema.
La mala praxis tiene un agravante: la gran expansión de la economía del interior, de la mano de la revolución tecnológica del campo y la agroindustria, se desarrolló en un marco internacional poco favorable para el negocio de producir alimentos. Los excedentes agrícolas, el consecuente proteccionismo, los subsidios a la exportación por parte de las grandes potencias, fueron una constante hasta entrado el siglo XXI.
Sin embargo, a partir de entonces, dos nuevos drivers dieron vuelta la taba de la historia. La irrupción de los biocombustibles y la transición dietética de las sociedades más pobladas del planeta dieron origen a una nueva era. Lo que antes sobraba ahora falta. La Argentina, junto con sus socios sudamericanos, lo tiene.
En Estados Unidos, es política de Estado sustituir el petróleo por etanol. Este biocombustible se obtiene a partir del maíz. En 1997, consumían diez millones de toneladas de maíz para producir etanol. Este año, molerán para ese destino diez veces más. Ya se convirtió en el principal destino de este cereal, rey de los granos forrajeros. El precio del maíz se llegó a triplicar, y tras muchas turbulencias se afirmó en niveles un 50% por encima de los históricos. Desde hace dos años, fluctúa junto con el precio del petróleo, que se triplicó en lo que va del siglo. Para un petróleo de 70 dólares el barril, el precio del maíz no puede ser inferior a los 135 dólares la tonelada.
Transición dietética es que los chinos, y los asiáticos en general, que eran vegetarianos por necesidad, pasan a ser carnívoros por adopción. De eso no se vuelve. Los chinos pasaron de 10 a 35 kilos de carne de cerdo por habitante y por año en la última década. El cerdo, como el pollo y todo bicho que camina y va a parar al asador, se hace con una ración compuesta por 70% de maíz y 30% de harina de soja. Son, precisamente, los dos principales productos de exportación de la Argentina.
Con sólo seguir esta pista, resolveríamos buena parte de nuestros problemas. Esto no invalida la incursión por nuevas etapas y fases de valor agregado. La industria avícola experimentó un fuerte crecimiento, mirando al mercado mundial. El cerdo, coyunturalmente castigado por un virus nefasto con el que poco tiene que ver, es también una forma de convertir maíz y soja en carne de exportación. Los lácteos, la carne vacuna, son también una forma de ponerle un segundo piso al campo. Un novillo de buena genética, alimentado científicamente en condiciones ambientales favorables, da un lomo que se vende en Alemania al mismo precio que un kilo de Audi. Muchas veces se confunde "valor agregado" con grado de elaboración. Sobre todo, cuando esa elaboración requiera auxilio de la sociedad. No es el caso del agro ni de la agroindustria en general.
Estas líneas no pretenden invalidar a cualquier otra industria o servicio. La clave es comprender que es en la generación de ventajas competitivas donde reside la viabilidad de una economía de largo plazo. La producción de alimentos en estas pampas es un ejemplo paradigmático, y así lo ve el mundo. No son los recursos naturales. Es la aplicación del conocimiento, la tecnología, los recursos financieros, la voluntad empresaria.
Luego de una reciente semana sanmartiniana, una última reflexión: "Serás lo que debas ser o no serás nada".