Leccion de la Crisis: La Macroeconomia es Importente
Para La Argentina, que exporta 60% de commodities, develar el presente y futuro de estos mercados es crucial. No se trata solamente de la evolución específica o “real”, sino también de las influencias externas, que provienen sustancialmente de la macroeconomía aunque deban reconocerse anclajes en la geopolítica, como se verá.
Autor: JORGE INGARAMO - 14/12/2008
Cuando comenzaron a crecer, a mediados de 2007, los valores en dólares de la mayor parte de los productos que La Argentina exporta, muchos lo atribuyeron a la influencia de la demanda china o al nuevo rol de los biocombustibles. La volatilidad de las cotizaciones, nunca vista, en medio de la crisis mundial de 2008, demostró que la macroeconomía es muy importante y a explicarlo se dedica este artículo.
La macro y su influencia.
Como se sabe, tras la caída del Muro, el mundo giró hacia la unipolaridad, con una potencia dominante en todos los aspectos. En los ´90s, durante la “era Clinton”, la diplomacia norteamericana tendió a los acuerdos y a la construcción de un orden menos conflictivo. No en vano, entre 1993 y 2000, el rango de variación en el precio del petróleo fue de 11,9 a 27,4 dólares el barril. Aun en 2001, año del episodio de las Torres Gemelas, el barril costaba 23. Llegó a costar, en 2008, 147 dólares. Pese a ser un mercado cartelizado, ninguna modificación en la política regulatoria de la oferta y/o aparición de combustibles alternativos o sustitutos, puede justificar semejante volatilidad. Es la geopolítica de Bush y su financiamiento, la que condicionó la macroeconomía mundial y produjo los cambios que, en menor medida, también afectaron a los alimentos.
Hay que distinguir entre las políticas relevantes y la foto de los síntomas. Estos últimos serían los “déficit gemelos”, fiscal y externo, en los EE.UU.. Pero las políticas relevantes se expresan en las decisiones monetarias y fiscales de la potencia hegemónica.
Esto no es nuevo. Ya ocurrió después de la revolución iraní y de la respuesta “inflacionaria” adoptada por el entonces Presidente Carter. Su sucesor, Reagan, debió combatir con extrema dureza monetaria, la inflación derivada del shock petrolero, que cambió definitivamente la política en Medio Oriente, con la irrupción del Ayatollah Komeini.
La persistencia de déficit fiscal, derivada del aumento del gasto público (entre otros, el militar) o la baja de impuestos, es el principal condicionante macro, no tanto por su tamaño sino por su financiación. Así, no es lo mismo la expansión monetaria que el endeudamiento. Por este último, la tasa de interés en el mundo tiende a subir, encareciendo el crédito para los países en desarrollo y revaluando la moneda norteamericana. Como las commodities cotizan en dólares, el efecto directo es la reducción de los precios.
No ocurre lo mismo en el caso de la emisión monetaria, que tiende a convalidar el mantenimiento del déficit y por ende, a impulsar expectativas inflacionarias. El valor del dólar cae, vale decir se revalúan las restantes monedas y aumenta el poder adquisitivo de los países en desarrollo que, a su vez, encuentran crédito más barato. La consecuencia es una suba en el precio de las commodities.
La otra variable macro, relevante para nuestro análisis, es el diferencial entre la tasa de crecimiento de la productividad de los países en desarrollo versus el promedio de los desarrollados. El ejemplo, como siempre, es China. Crece hace treinta años, en base a una oferta infinita de mano de obra barata, de origen rural, que se urbaniza a tasa creciente y que permite un modelo de industrialización sustentable, con precios en baja y productividad en alza, dada la escala operativa de esta “armaduría” o “terminal” de producción industrial.
Al vender productos más baratos, le presta dos servicios al mundo: bajar la tasa de inflación en los momentos expansivos y, adicionalmente, recibir de la potencia dominante, los dólares devaluados o los Bonos del Tesoro que acumula como Reservas. El mundo comercial, y el monetario, se transforma en una seguidilla de duras negociaciones, como las que sostuvo el Secretario del Tesoro Paulson con los chinos, induciéndolos (con escaso éxito) a revaluar su moneda, consecuencia obvia de tanto excedente de Reservas y tanto superávit comercial.
Como los chinos pudieron abastecerse, razonablemente, de materias primas en la primera etapa de su desarrollo, hasta los ´80s no influyeron demasiado en los mercados de commodities. La permanencia de su modelo, casi sin cambios en los últimos veinte años, es lo que motiva el argumento de la ventaja argentina, de largo plazo, por producir commodities para un mercado cuya tasa de expansión es difícil de prever. La urbanización, que apenas alcanza al 41% de la población china, es la que motoriza el cambio dietario hacia el consumo de más proteínas de origen animal (carnes y lácteos). El consumo per cápita de yogur, de la población urbana, pasó de 0,4 kg, en 1997 a 3,7 kg. en 2006 y podría crecer más de dos veces, hasta alcanzar al observado, para ese mismo año, en La Argentina: 12,6 kg.
Finalmente, la tasa de ahorro de los asiáticos es la contracara del consumismo norteamericano. El Estado de Bienestar no ha llegado aún a China. Por eso ahorran: quieren tener salud y educación y una protección para la vejez.
De la crisis hipotecaria a Obama.
Fruto de la emisión monetaria que siguió al 11 de septiembre, la economía mundial vivió uno de los ciclos más prolongados de crecimiento, de ahí que la demanda de commodities fuera extraordinaria. No hubo inflación, gracias a los chinos y a la sustitución (y uso más eficiente) del petróleo en las economías desarrolladas.
Prolongados ciclos de crecimiento se expresan en aumentos de la riqueza, que no es lo mismo que el aumento de los ingresos. Al caer la tasa de interés, es fácil comprar activos y por eso sus precios crecen. La sobrevaluación inmobiliaria, principalmente en los EE.UU., llegó a tal punto que quienes la financiaban estaban más interesados por el valor de la hipoteca (proporcional al del inmueble) que por cobrar la cuota de sus deudores. Cuando la “burbuja” estalló y los apalancamientos financieros demostraron ser “falsos”, el “efecto riqueza” en los tenedores de las hipotecas y en los dueños de los inmuebles, fue el inverso al experimentado durante la expansión.
No se corrigió la crisis erradicando sus causas sino produciendo un “alivio”, en pos de un aterrizaje suave, o sea bajando la tasa de interés. ¿Cuál sería el refugio de la liquidez sino el oro, los metales, el petróleo y, por qué no, los alimentos?. Por esta razón, adicional a una escasez relativa, el precio del aceite de girasol, en Rótterdam, pasó de 916 a 2045 dólares por tonelada, en un año.
Era el dólar, que caía, la causa de la suba de los activos reales, primero y de las commodities, después. Tanta fue su baja que se habló, en todo el mundo, de crisis energética y alimentaria. Los organismos internacionales se preocuparon por calcular cuántos países tendrían emergencia alimentaria, al tener que pagar el doble por sus importaciones y, ni hablar, si además tenían balanza energética negativa.
Cuando los excesos perjudicaron a los países desarrollados, la intervención, para desarmar la burbuja, no se hizo esperar. El anuncio, a fines de junio pasado, de la suba de la tasa del euro (para combatir la inflación que, en Europa es principalmente energética) y la previsión de un semestre difícil, por parte del Presidente de la FED, hicieron que en setenta días se desarmaran prácticamente todas las burbujas. La crisis de la banca de inversión, y posteriormente de los sistemas financieros, que precede a la actual recesión, es nada más que la acumulación, en los activos de los bancos, de papeles que habían sido comprados a un precio muy superior al de su valor actual de reposición.
El triunfo de Obama y su reciente tendencia al co-gobierno, recién le dan al mundo, en los primeros días de diciembre, la ¿certeza? de que lo peor ya pasó y sólo resta esperar una recesión, que puede ser más o menos prolongada y más o menos profunda, pero nunca una depresión.
Mirando al 2009.
Las burbujas se han pinchado. La caída ha sido estrepitosa. La “fuga hacia la calidad”, buscando el refugio del dólar y los Bonos del Tesoro, prácticamente ha concluido. Faltan dos aspectos cruciales para definir cómo será 2009: a) Los “rápidos” avances en Medio Oriente, que consiga Obama y b) La demora en dilucidar, aún si hubiera mayor previsibilidad económica, la “verdadera” calidad en los activos de los sistemas financieros más importantes, que ha sido perjudicada por el “fin de las burbujas”.
Todos los países están aplicando políticas presumiblemente keynesianas, aunque algunos intentan por el “lado de la oferta”, como es el caso del Premier británico Gordon Brown, que decidió reducir la tasa del IVA. El éxito de la recuperación keynesiana dependerá de cómo la financian. EE.UU entró a la crisis con un déficit fiscal de más de 4 puntos del PBI, al cual hay que agregar las intervenciones en el sistema financiero, la evolución futura del gasto de guerra y, ahora sí, el costo de la política keynesiana. La suma de los probables efectos es preocupante. Podríamos asistir a tasas de interés elevadas, para retener a depositantes, hasta que se aclaren Medio Oriente y los “pufos” bancarios.
Para La Argentina, y para su soja-dependencia, la cuestión no es menor. Vimos valores en Chicago inferiores a los 300 dólares por tonelada y probablemente tengamos que acostumbrarnos, en 2009, a un nuevo rango de 310/350 dólares, ahora sí, en función de la mayor o menor compra de los chinos. Finalmente, los mercados de commodities se vuelven más “reales”, aunque todavía nadie puede asegurar que no “vuelvan por las suyas” en el caso de una recuperación mundial más acelerada de lo previsto.
Como se ve, la macro importa.