Un buen precio es el mejor incentivo para subir la producción

El autor reflexiona sobre el impuesto fijo a la tierra, propuesto por René Bonetto como alternativa para reemplazar las retenciones a las exportaciones del sector

Autor: ARTURO NAVARRO - 08/03/2008



   Está demostrado que el principal incentivo para aumentar la producción es que el productor reciba íntegro el precio de su producción, determinado por el libre funcionamiento de los mercados. Mucho mejor si ese valor se fija en un marco previsible y sustentable, por el funcionamiento pleno de todas las instituciones de la República.
   
   Por eso, quienes defendemos siempre esta idea, aun en los momentos de crisis, podemos afirmar que si el sector agropecuario hubiera trabajado los últimos quince años con dicho marco institucional, el país habría superado las cien millones de toneladas de granos y los valores de nuestras exportaciones serían muy superiores.
   
   Este hubiera sido el contexto ideal para contar hoy con un Estado eficiente, que cumple con sus funciones indelegables, como lo hacen los países exitosos, que decidieron abrirse a los mercados del mundo e integrarse a ellos, sin pensar en precios internos desacoplados de los externos. Apostaron por mayores exportaciones para contar con recursos genuinos y suficientes, de manera de atender a los más necesitados.
   
   La propuesta del ingeniero René Bonetto, ex presidente de la Federación Agraria Argentina (FAA), publicada en este suplemento el 23 de febrero pasado, de modificar la base imponible para el agro, "instrumentado un impuesto nacional coparticipable que represente un costo fijo por unidad territorial, eliminando las retenciones", sería un grave retroceso para la Argentina, si realmente se pretende que el sector agropecuario siga siendo motor principal de la economía y pueda aprovechar las actuales condiciones internacionales de los mercados de alimentos.
   
   Como muy bien explica en su artículo, esta propuesta es similar al proyecto Pronagro, del gobierno de Raúl Alfonsín, que no prosperó solamente por la oposición de quienes no creemos en esas ideas, sino por la imposibilidad de ponerlo en funcionamiento. No se trata de un problema ideológico. Por sentido común, sabemos que esas propuestas dejaron de tener vigencia en los países que crecieron y se desarrollaron.
   
   Picardía
   
   Con mucha picardía, Bonetto se apoya, al enunciar su propuesta, en una idea del empresario Gustavo Grobocopatel, difundida por varios medios de comunicación, en la que expresa su apoyo a un impuesto fijo a la tierra pues asegura: "A mayor productividad, el impuesto se diluye y entonces se estimulan la producción y la inversión."
   
   Llama mucho la atención que un emprendedor del agro exitoso como Grobocopatel haga una propuesta de este tipo, por la que confunda al conjunto de la dirigencia del país y a la opinión pública en general. El debe saber, por su formación profesional, que un impuesto fijo a la tierra es imposible de aplicar técnicamente y que, de instrumentarse algo similar, se frenaría inmediatamente el aumento de la producción y la productividad de nuestros campos. Hoy casi no hay tierra sin cultivar, pero si la hubiera, no sería el castigo de un impuesto fijo la mejor estrategia para hacerla trabajar y producir.
   
   Quienes estamos en la dirigencia tenemos la responsabilidad de no caer en propuestas inviables y oportunistas para reemplazar o atenuar las consecuencias negativas de un impuesto totalmente distorsivo para la economía y la geopolítica, como las retenciones a la exportaciones.
   
   Unos hacen propuestas viejas que marcan la coherencia de su pensamientom, mientras otros las hacen por conveniencia personal pues, como trabajan sobre campos alquilados, no serían afectados.
   
   Dependencia del contexto
   
   Lo que necesitamos es que nuestra dirigencia deje de mirar el corto plazo y planifique un proyecto de crecimiento y desarrollo para el futuro, en el cual estén incluidos todas las regiones y todos sus pobladores.
   
   Pensar que el país va a crecer y desarrollarse en forma permanente sólo dependiendo de las buenas variables internacionales de la coyuntura, sin instrumentar políticas de Estado para poder hacer más previsibles las inversiones que necesita el sector agroindustrial, es una nueva utopía que se le quiere vender a la ciudadanía.
   
   La principal política que hay que discutir y consensuar en un país federal, como determina nuestra Constitución, es una nueva ley de coparticipación y una reforma impositiva general basada en los tres principios de la tributación: pagar por lo que se gana, por lo se gasta y por lo que se tiene.
   
   Un país que aspira a salir del subdesarrollo no puede continuar en un régimen de emergencia permanente. Las retenciones a las exportaciones pueden haber servido para una emergencia, pero no pueden ser una herramienta continua.
   
   El Estado tiene que recuperar la potestad de cobrar todos los impuestos, a todos los contribuyentes (no sólo los que no son coparticipables y afectan únicamente a un sector como el agropecuario), sin tener que apelar a instrumentos, como las retenciones, que ya demostraron la consecuencia nefasta de la concentración de la recaudación en el Estado nacional, pues distorsiona, además, el mapa político por la dependencia fiscal que les crea a quienes tienen que gobernar las provincias y los municipios, sin distinción de colores políticos, como está ocurriendo hoy en día.