No hay que subestimar al consumidor
El debate público por los aumentos de los precios de la canasta familiar ha provocado nuevos hechos que demuestran que la dirigencia, en general, siguen subestimando a los consumidores con las políticas que aplican y las recomendaciones que le hacen.
Autor: ARTURO NAVARRO - 19/10/2007
El consumidor ya se dio cuenta que los controles de precios no solucionan su problema y ha asumido que lo único que sirve es la actitud que toma cada uno al no comprar, comprar menor cantidad u otro producto que lo reemplace, porque es la única reacción posible para que los precios se equilibren entre la oferta y la demanda.
Los últimos anuncios de acuerdos sobre la rebaja del precio para 400 productos -que todavía no se conocen- y el boicot promovido por las entidades de consumidores, está demostrando que, como medida, ha llegado tarde para solucionarle el problema a quienes tienen que optar para cubrir las necesidades básicas de consumo ante el aumento del precios, provocado por la inflación que se instalo en el país. No hay ninguna medida efectiva que nos lleve a pensar que se pueda frenarse.
Todo lo contrario: la mayor demanda promovida por el mismo Gobierno está incentivando el aumento de los precios, porque la producción de los bienes no crece para atenderla suficientemente y los precios de los productos importados son superiores a los precios artificialmente fijados por las políticas que se vienen aplicando desde hace un tiempo (los cuales determinaron una caída de inversión y una menor producción). A todos estos factores económicos hay que agregarle el factor climático que provoco que muchos productos flecos y estaciónales tuvieran un pico de precio circunstancial: por suerte esto ha dejado de tener importancia con la llegada de la primavera.
Los consumidores han dejado de creer en los precios máximos ante el rotundo fracaso de los mismos: porque los productos acordados se acaban en los primeros días; porque pagan el mismo precio por menos cantidad de productos o por un producto de inferior calidad; porque al final terminan consumiendo productos más caros ante la escasez general provocada por la misma política. Este es el resultado histórico que le sigue a este tipo de instrumentaciones. En la actualidad, y dentro del mundo globalizado que demanda una gran cantidad de alimentos, nadie con sentido común puede desconocer e ignorar las consecuencias futuras, en general, para la economía del país y, en particular, para el consumidor, al mantener estas políticas que ya fracasaron cuando el país pretendía vivir sólo con lo suyo.
Pero lo más grave de la implementación de esta política es que termina subsidiando a los ricos mientras en el país hay 10 millones de habitantes que no tienen cubiertas las condiciones mínimas de alimentación (muchos de los cuales son niños, quienes se les hipoteca su futuro porque se limita su capacidad de educarse). De este 25% de nuestra población, muchos no comen carne y otros alimentos básicos, razón por la cual no les interesa el debate del tomate y de la papa. Están acostumbrados a remplazar los alimentos en forma inmediata cuando suben los precios ya que no le alcanzan sus ingresos; por lo tanto no tienen necesidad de ningún boicot organizado. Todas las políticas y actitudes de la dirigencia están pensadas y diseñadas para atender la clase media-baja hacia arriba y se olvida de lo que realmente necesitan el apoyo del estado.
Ante esta situación incontrastable de la realidad el país no puede desaprovechar esta situación inédita que nos presenta el mundo. Ello debería ser motivo suficiente para destrabar toda la capacidad de innovación y producción de alimentos de todos los empresarios emprendedores del complejo agroindustrial, para que puedan exportar al mundo la mayor cantidad y calidad de alimento a todos los mercados del mundo, sin ninguna ideología: se trata de la única y más efectiva receta que tienen los países en el siglo XXI para poder abastecer el mercado interno en forma permanente y sin grandes picos de precios.
Simultáneamente a una apertura del mercado para poder exportar, es fundamental -para atender las necesidades de los pobres que necesitan el apoyo del Estado- crear un Padrón Nacional de necesitados e indigentes para implementar un sistema de ayuda por el cual cada uno recibe el subsidio en forma directa, por medio de una tarjeta electrónica (como se hace en los países desarrollados). Hay que darles dinero para que puedan elegir sus alimentos. Hay que terminar con la política de carne y pan baratos porque frena la capacidad de producción del sector y, al mismo tiempo, promueve la inflación, que es el impuesto a los pobre y que contribuye a una mayor exclusión social.
Es lamentable que en ninguna propuesta de la oposición se escuche una idea concreta -como la que estoy proponiendo- para solucionar esta dicotomía que sufre el país hace tantos años. Me lleva a pensar que toda la dirigencia ha asumido que los precios internaciones no pueden ser lo internos y, por este motivo, terminan justificando las políticas actuales. Yo estoy convencido de que hay otro camino a recorrer, y con más razón, en el actual contexto internacional de demanda de alimentos, en el cual la Argentina debe tener un rol fundamental y estratégico para su desarrollo futuro que le permita achicar la brecha entre pobres y ricos e integrar a todas las regiones del país.