La inexcusable responsabilidad de la dirigencia
En los momentos difíciles los grandes cambios fueron promovidos por dirigentes que tenían propuestas innovadoras para la política y las exponían con total libertad. Esos dirigentes exitosos se convirtieron con el tiempo en los líderes políticos que promovieron el desarrollo y la prosperidad de sus países.
Autor: ARTURO NAVARRO - 02/10/2007
La falta de líderes es una de las principales causas de nuestro permanente fracaso. Ya es hora de que nuestra dirigencia permita la renovación de los cuadros diligenciales con propuestas alternativas a las remanidas propuestas que venimos reciclando en el país desde hace 60 años. Sólo la capacidad innovadora y emprendedora de nuevos dirigentes y empresarios, dispuestos a embarcarse en un proyecto a largo plazo, puede revertir la decadencia argentina.
Para promover los cambios que necesitamos es fundamental contar con dirigentes que expresan públicamente lo que manifiestan en privado sobre el funcionamiento del Gobierno y el panorama que están vislumbrando. No es dirigente quien piensa solamente en su bolsillo y en las dádivas del Gobierno. El dirigente tiene un compromiso social mucho más elevado: su reclamo no puede quedar relegado a mezquindades personales de ningún tipo. Ha llegado la hora de que la dirigencia nacional deje de lado momentáneamente los temas sectoriales y empiece a proponer un proyecto nacional que incluya a todas las regiones del país y a todos los argentinos. Es el momento para consensuar el gran Pacto Nacional de Desarrollo que necesita el país, que dé previsivililidad más allá de los cambios de gobierno.
Para poder concretar dicho pacto el Gobierno también debe cambiar su actitud. No se puede gobernar solamente para los amigos, y al resto amenazarlos y presionarlos. Hay que salir de la coyntura para poder aprovechar las extraordinarias condiciones externas de la economía, que son las que nos han permitido el crecimiento de estos últimos años. No confundamos los mensajes de las encuestas: la mayoría analiza solamente la situación actual y no puede prever su evolución en el mediano y largo plazo. Para eso está la dirigencia, pero ésta tiene que actuar con independencia de criterio, sabiendo que no existe un único proyecto para salir del subdesarrollo.
No se puede seguir escondiendo la verdadera realidad de lo que está ocurriendo en la economía con los controles de precios, la distorsión de las tarifas y la falta de inversiones. El Gobierno tiene muchas otras prioridades en su gestión antes que estar analizando los costos de las empresas y los precios de determinado productos. La única forma de poder controlar la inflación es con mayores inversiones para aumentar la oferta de productos.
El envío de la polémica reglamentación del control parlamentario de los Decretos de Necesidad y Urgencia (DNU), los proyectos que permiten al Jefe de Gabinete reasignar partidas presupuestarias en forma permanente sin ningún control del Congreso y la Modificación del Consejo de la Magistratura son los hechos que más dañaron el funcionamiento institucional de país. Con estas legislaciones y la centralización de la recaudación de impuestos, queda totalmente minimizado el rol de los opositores y terminan con el federalismo porque no existe el federalismo fiscal, que es la base de la independencia política.
Una de las principales razones de nuestros recurrentes fracasos como país es que la mayoría del empresariado y su dirigencia son siempre oficialistas y actúan en función del gobierno de turno. Del mismo modo actúa la mayor parte de los legisladores y funcionarios, que pueden defender alternativamente proyectos antagónicos. Un seguimiento minucioso de las gestiones de Raúl Alfonsin, Carlos Menem y Néstor Kirchner nos muestra que hay una falta total de renovación de dirigentes. Muchos de nuestros legisladores derogaron las leyes que ellos mismos habían sancionado, con el argumento de que el Poder Ejecutivo necesitaba esa ley. Estos mismos dirigentes son los responsables de la reforma de la Constitución de 1994, que permitió que el país se transforme en un distrito único, concentrando el poder político en Capital y en el conurbano bonaerense. La única ley que no pudieron derogar es la ley de gravedad.
El sector agropecuario y agroindustrial no es ajeno a este tipo de acción. Hoy están aprovechado las ventajas de la propuesta económica que reemplazó a la Ley de Convertibilidad. Pero ya estamos viendo los primeros coletazos negativos de dicha política.
Hay que coincidir en que era necesario cambiar esas variables económicas, pero no de esa forma y en tan poco tiempo, porque con ello se benefició a un grupo muy reducido de argentinos “mejor informados”, y se agravó la situación de la gran mayoría de los habitantes del país. No conozco ningún pobre al que le cambiara su situación la pesificación y la devaluación. Y hoy están soportando la mayor caída del salario y las jubilaciones de que se tenga memoria en el país.
La dirigencia agropecuaria y sindical debería hacer una autocrítica por haber apoyado estas políticas. Nunca más desde el sector agropecuario se pueden aceptar políticas económicas con dólar artificialmente alto y de sustitución de importaciones. Con ellas los gobiernos justifican las retenciones a la exportación, que les facilita la recaudación de impuestos y les permite consolidar su poder político al no ser coparticipables. Es lo que viene haciendo el Gobierno nacional con el reparto discrecional de cuantiosos recursos a quienes lo apoyan.
Un dólar artificialmente alto es con retenciones a la exportación y con control de precios. Esto no determina que el campo tenga un dólar alto. Hoy el dólar para vender soja es de $2,40 y para comprar los insumos para producirla hay que pagar $3,40 por dólar. Las prohibiciones a la exportación, la eliminación de reembolsos y la intervención en los mercados son medidas que van a agravar seriamente la situación del sector productor y no mejorarán la situación del consumidor.
Si la dirigencia en general no asume esta verdad incontrastable sobre las consecuencias de mantener la actual política –sobre la que ya hemos tenido sobrada experiencia en el país–, será muy difícil encontrar soluciones permanentes para no llegar nuevamente a una crisis en los precios relativos. Hoy se puede mantener un sistema como el actual por las extraordinarias condiciones de la economía mundial y los precios de nuestros commodities, que permiten disimular los reclamos legítimos de los dirigentes.
En estos momentos tan particulares del país las propuestas de la oposición son fundamentales para consolidar un sistema republicano. No alcanza con hacer lo mismo que hace el Gobierno en lo económico, pero más educadamente. Las propuestas tienen que ser radicalmente distintas y estar pensadas para todo el país. También para el interior profundo del país. No se puede seguir mirando al interior con la óptica de que el poder real está en Buenos Aires y el Gran Buenos Aires.
Hay que proponer una profunda reforma impositiva que elimine los impuestos distorsivos de le economía, como las retenciones a la exportación y el impuesto al cheque. Y proponer una política cambiaria que sea el resultado del flujo de las divisas de las exportaciones y de las importaciones. La economía de un país es más competitiva cuando las exportaciones e importaciones tienen una relación técnica y el mercado cambiario funciona libremente. Ello nos permitiría relacionarnos con todos los mercados del mundo en forma más transparente y previsible.
Necesitamos una nueva Ley de Coparticipación Federal, en la que el municipio sea el protagonista principal, recibiendo la recaudación en forma automática y en tiempo real. De esta manera los intendentes no tendrán que estar dependiendo de las dádivas del gobernador o del Presidente de la Nación. Este es un requisito fundamental para que el complejo agroindustrial pueda desplegar toda su capacidad de producción, para consolidar el desarrollo en todo el interior del país, y así frenar la emigración a los grandes centros urbanos.
La situación del país no va a cambiar sin la participación de los dirigentes sociales y empresarios en la política partidaria sin distinción ideológica. Todos somos necesarios para poder hacer una discusión plural. Sin gente nueva no puede haber renovación de la dirigencia ni de la forma de hacer política. No podemos seguir aceptando las reelecciones indefinidas, los nepotismos y las políticas clientelistas de nuestros gobernantes. El país tiene que tener un sistema electoral de voto electrónico para terminar con las corruptelas en el acto electoral y abaratarlo, y establecer un calendario electoral que no se pueda modificar según las necesidades de los gobernantes de turno.
Para cambiar el país es necesaria nuestra participación en política, porque con los actuales gobernantes es muy difícil cambiar un modelo que les a permitó mantenerse en el poder. Y ahora hasta los opositores lo defienden porque ninguno sabe vivir sin el paraguas del Estado y el poder. A ellos les conviene seguir con el sistema clientelista y popular, porque su poder justamente está sustentado en un pueblo sin educación y en un sistema económico de ingresos limitados que sólo les permita subsistir. Tenemos que involucrarnos todos en la obligación de terminar con esta fábrica de hacer pobres.