Brasil quiere nuevos socios comerciales.

Sería torpe imaginar que Marina Silva, la efímera candidata del socialismo a la presidencia de Brasil, fue la única dirigente que vio un filón político al cuestionar el chaleco de fuerza que hoy impide a los Miembros del Mercosur subirse por sí mismos a la ola mundial de Acuerdos Regionales de comercio que pulula, con éxito variado, en todos los rincones del planeta. Es un secreto a voces que tarde o temprano Dilma Rousseff y Aecio Neves saltarán al ruedo con ideas similares. Todos quieren carta blanca para asociarse con terceras naciones, a sabiendas de que ello supone devaluar las preferencias aprobadas en el marco del Tratado de Asunción. Desde el establishment paulista hasta respetables foros intelectuales objetan a tambor batiente la orientación y el estilo de integración que subsiste en el Cono Sur, e impulsan cambios radicales. Piden, como mínimo, un Mercosur más flexible y con distintas velocidades, un enfoque que asegura la espontánea adhesión de Uruguay y Paraguay.
Autor: Jorge Riaboi, Diplomático y periodista - 08/10/2014
Son criterios que alternan virtudes con omisiones de sustancia. ¿Es real imaginar que la libertad individual de negociar es lo único que separa al Mercosur de un vínculo más inteligente con el mundo exterior? ¿Es cierto que la región no necesita reconstruir con urgencia, y en forma previa, la capacidad de competir con las eventuales oleadas de bienes importados fundadas en un arancel cero o comercialmente viable que generan esos acuerdos, sin quedar sometida a daños ajenos a las reglas de mercado, como el que surge de un implícito y generalizado subsidio cambiario a la importación? ¿Sirve la actual capacidad competitiva del Mercosur para acceder a los mercados mundiales de alta o mediana exigencia? ¿Si realmente existe esa capacidad, de dónde sale la drástica y generalizada pérdida de valor agregado de la canasta de exportaciones del Cono Sur, y cómo inciden hechos del tipo que el ahora vilipendiado Ministro de Finanzas Guido Mantega decidió calificar de irresponsable ‘guerra de divisas’? ¿Qué nos dice la actual desaceleración del crecimiento de Chile, cuya economía es abierta, no está sujeta a cepos ni a otras necedades del Mercosur, y goza de los beneficios de haber suscripto muchos de los acuerdos bilaterales que anhelan los frustrados miembros del Tratado de Asunción? ¿Es que el Mercosur o sus miembros seleccionaron con acierto político y profesional los términos de referencia de los proyectos comerciales que negocian o se aprestan a suscribir con terceras partes? ¿Es que resulta inocuo para las expectativas de los miembros e inversores del Mercosur, el absorber los efectos de esas decisiones y compartir el mercado regional con proveedores de naciones gobernadas por prácticas seculares de deslealtad competitiva como los subsidios o el proteccionismo reglamentario? ¿Es que resulta sano alinear al Mercosur en un estúpido y perdidoso forcejeo de subsidios que deprimen los precios mundiales? ¿Por qué si Estados Unidos y el Parlamento Europeo determinaron que esas prácticas lesionan o impiden el real acceso a los mercados, el tema no adquirió la misma interpretación entre las naciones del Cono Sur que se aprestan a suscribir un tratado bi-regional ‘light’ con el Viejo Continente?
Un eficaz Acuerdo bi-regional con la UE o con toda otra región que aporte opciones de comercio, tecnología e inversiones, no tiene por qué sustraerse de reglas mensurables de equilibrio y racionalidad económica. Quienes imaginan lo contrario deberían leer al galope el aleccionador y muy reciente trabajo del Directorado General de Políticas Internas del Parlamento Europeo titulado ‘Riesgos y oportunidades para el sector agro-alimentario de la Unión Europea que surgirían de un Acuerdo entre la UE y los Estados Unidos’. Su texto afirma muchos de mis escritos anteriores y permite entender por qué el ALCA estaba condenado al fracaso por la simple renuencia de Washington y Ottawa a convalidar los términos de referencia originales aprobados por sus propios gobiernos a nivel ministerial, los mismos términos que hoy reivindican sin pudor, y en forma prioritaria, en sus respectivos tratados y negociaciones con la Unión Europea y las naciones del Pacífico. En esas negociaciones, el desmantelamiento del proteccionismo reglamentario es una pieza central del proceso. Obviamente, la perenne y anticipada coincidencia de mi antiguo diagnóstico con los debates actuales, sólo puede imputarse a la suerte de cualquier principiante