La legitimación kirchnerista en tiempos de indiferencia.

La declinación de las pasiones políticas es un síntoma característico de las democracias occidentales. Apáticos, desinteresados, ciudadanos de baja intensidad son adjetivos que se aplican a los individuos que con su voto deciden los comicios. En algunos lugares y en los últimos tiempos, sin embargo, reverdecen el interés y la emoción políticas bajo la forma de protesta contra los excesos del poder. Son entonces los caceroleros, los indignados o los antisistema quienes se lanzan a la calle a pedir reformas. Más allá de estos nuevos movimientos, aún endebles y circunstanciales, las democracias tienden a languidecer, aquejadas de falta de sustancia popular.

Autor: Por Eduardo Fidanza | Para LA NACION - 11/10/2014


En ese marco, los intentos de radicalizar la democracia, que tienen lugar en Venezuela y la Argentina, buscan revivir la representación política trazando una frontera antagónica entre un "pueblo", organizado en torno a demandas de justicia, y un poder centrado en defender sus propios intereses. Según esta lógica, la sociedad queda dividida en dos campos irreductibles que establecen una lucha por la hegemonía. Ése es el leitmotiv del kirchnerismo y del chavismo, ya convertido en Vulgata: dividir la sociedad entre el pueblo y un elenco de enemigos, reclutados del sistema financiero, los países desarrollados, la oposición, los medios de comunicación críticos y el Poder Judicial independiente. En la Argentina, esa dialéctica tiene un límite en el Papa, pero reaparece ahora con nuevos gestos agresivos, asociada a la necesidad de subsistencia del proyecto oficial.

De acuerdo con la teoría del nuevo populismo, el afecto es el nervio que articula la gesta emancipadora. En otras palabras: el arrebato populista necesita del amor. Según Laclau, no existe plenitud social alcanzable si no es a través de la hegemonía del pueblo y ésta posee la naturaleza de una investidura emocional. Acaso el diálogo de Cristina y los "pibes para la liberación", en el Patio de las palmeras, exprese emblemáticamente esa ligazón. La cuestión es a cuántos involucra el afecto. La democracia, si aceptamos la broma borgiana, consiste en una exageración de la estadística. No es lo mismo que el soporte sea una masa compacta y extendida que un núcleo relativamente pequeño de militantes. La distancia que media entre el patio y la plaza tal vez ofrezca una pista para establecer la magnitud del apoyo con que cuenta el kirchnerismo crepuscular.

Los sondeos de opinión ayudan a estimar la cuantía del amor. Según datos de Poliarquía, la población que se declara fuertemente identificada con el kirchnerismo, lo que equivale a profesarle pasión, llega sólo al 10%. Una escala destinada a establecer la actitud ante el Gobierno muestra que el kirchnerismo no pudo eludir la suerte de los movimientos políticos en la democracia desencantada. En esa tierra yerma rigen los resultados, ante todo los económicos, en lugar de la adhesión emocional. Así, más del 50% de los que elegirán presidente el año que viene juzga al Gobierno con criterio pragmático, no emotivo: un 35% considera que hizo una buena gestión, pero con errores; otro 17% sostiene que hizo una mala gestión, pero con aciertos. Más allá del pragmatismo asoma el rechazo, cargado de razones y prejuicios. Lo representa el restante 35%. Este grupo detesta a Cristina y se sentirá liberado el día que concluya su mandato.

El kirchnerismo, con sus reivindicaciones nacionalistas, su mito emancipador y su estigmatización de los poderosos, llevó a radicalizar posiciones, aunque éstas se mantuvieron en el límite de lo psicodramático, evitando el terror. La controversia sobre Cristina puede estropear un asado familiar, no suscitar matanzas. El fenómeno psicosocial que provoca semeja a las emociones deportivas, antes que al ensañamiento bélico. Los que la aman -uno de cada diez argentinos- ven en ella sólo virtudes; los que la odian -algo más de tres de cada diez- proyectan en su persona todos los defectos. Felizmente, se parece más a un Boca-River que a una tragedia islámica.

Si no transformó la sociedad con pasión militante, el kirchnerismo ha dado, en cambio, un ejemplo de cómo se construye y se mantiene el protagonismo político en un país con baja calidad institucional, economía volátil y buenas materias primas. Quedará para los historiadores efectuar un análisis más abarcador acerca de cómo interactuaron durante el kirchnerismo la recuperación del empleo, el liderazgo, la soja, el trauma de la crisis, la apatía y el escaso civismo de los argentinos. En el juego de esos factores subyace la explicación de su vigencia.

Aunque el ciclo concluye con síntomas típicos, como falta de divisas e inflación, desconocemos si en el futuro no volverán a regir condiciones económicas favorables que lleven a apoyar formas de gobierno hegemónicas, cuyo programa sea un mix de consumo para las mayorías y de abusos populistas para los acólitos, menospreciando las instituciones y el combate contra la corrupción, el delito y la desigualdad. Si ocurriera de ese modo, el kirchnerismo no habrá sido una contingencia política, sino un nuevo modelo de legitimación democrática en tiempos de indiferencia..