Los profetas de la continuidad.

Mar del plata-. Leonardo Scarone, director de Asuntos Corporativos de Carrefour, tuvo que irse de esta ciudad anteanoche, antes de que terminara el Coloquio de IDEA. Acababa de convocarlo en voz baja, y al igual que a varios directivos de cadenas de supermercados, Alejandro Granados, ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires, a una reunión para ayer. El tema del encuentro era un desvelo recurrente de estos años: el gobierno bonaerense vuelve a temer saqueos en diciembre. A esa tarea se viene abocando parte del sciolismo: detectar eventuales autores intelectuales de revueltas mediante esos contactos, que servirán, de paso, para auscultar qué pasará en el futuro con las ventas y los precios. Todo es posible en la provincia.
Autor: Por Francisco Olivera | LA NACION - 25/10/2014
Perdida la batalla contra la inflación, la recesión y el default, y amenazado por un deterioro laboral creciente, nada ocupa tanto el tiempo del kirchnerismo como una batalla simbólica que consiste en despedirse del poder sin erosión de capital político. Y ese horizonte se volvería inalcanzable ante cualquier imagen que pudiera remitir al final del gobierno de Fernando de la Rúa. No es casual que en tragedias anteriores, como las inundaciones de La Plata o los saqueos en Tucumán, haya cundido la obsesión por ocultar el número de víctimas. Pequeños Indec conocidos: un año después de la catástrofe, presionada por un fallo de la Justicia, la administración de Scioli admitió públicamente que los muertos no habían sido 52, como inicialmente había informado, sino 89, cifra a la que podrían sumarse otros 16 casos dudosos.
La obcecación del kirchnerismo por mantener la iniciativa política no es ajena a su apuro sobre cómo contar la historia. Cualquier resultado eficaz en la materia se volverá entonces triunfo político y, por consiguiente, lo único que mantendría viva la ilusión de volver algún día. El miércoles, durante el cóctel de apertura, un grupo de ejecutivos de bancos intentaba aquí dilucidar una aparente contradicción en la historia de Axel Kicillof: cómo un ministro de Economía cuya gestión ofrece una inflación que saltó al 35% y entró en cesación de pagos con mayor desempleo y control de cambios puede todavía ganar espacios dentro del Gobierno. Pero el verdadero objetivo del jefe del Palacio de Hacienda ha sido siempre, con éxito rotundo, el oído presidencial. Es un viejo diálogo de sordos: parte del establishment no ha incorporado todavía la matriz analítica militante.
El kirchnerismo tiene razones que la economía no entiende. Aquella charla incluyó ironías. Es natural, decían, que existan en Nueva York informes que aconsejan comprar bonos y activos argentinos incluso en medio de la tormenta: a más errores macroeconómicos, precios más accesibles y mayor la certeza de que el Gobierno no podrá volver. Cuanto peor, mejor: el Partido Obrero debería guiñarle un ojo a Wall Street.
Esas inconsistencias que Kicillof desdeña surgen en realidad en todas las conversaciones. El jueves, durante un almuerzo privado, Claudio Cesario, presidente de la Asociación de Bancos de la Argentina (ABA), utilizó en su presentación una referencia a la Bolivia de Evo Morales, sobre la que recordó que estaba endeudándose a tasas no mayores al 5%. "El monto obtenido en la última emisión es un tercio de las represas Néstor Kirchner y Jorge Cepernic", comparó.
La Argentina está todavía a varios cuerpos de esa capacidad de financiamiento. El propio Cesario tuvo que detenerse aquí después, durante largo rato, en una discusión con pares de la Unión Industrial Argentina (UIA). Venía de provocar malestar en la central fabril con el envío de una carta en la que le reprochaba estar reclamando, de modo vedado o explícito, la reactivación de los créditos para la producción, una línea que los banqueros juzgan perdidosa y que quedó interrumpida después de la suba de tasas que impulsó Juan Carlos Fábrega en el Banco Central. Algún sustento había: hay industriales pensando en pedírselo al sucesor, Alejandro Vanoli, en una próxima reunión. Los ánimos se aplacaron. Pero había que ver, desde los balcones interiores del Sheraton, ese contrapunto de murmullos en el primer piso: estaban Cesario, los banqueros Enrique Cristofani (Santander Río) y Gabriel Martino (HSBC) y los industriales Héctor Méndez y Cristiano Rattazzi, todos ellos acomodados en el stand del Grupo Clarín. Pasaban por ahí, vieron cómodos los sillones y se instalaron; fue casualidad, aunque el espacio elegido pueda llenar varios bloques de semiología mediática en los programas de Diego Gvirtz.
El kirchnerismo trabaja para su continuidad independientemente de estos contratiempos de gestión. A falta de mejores alternativas, en los últimos días resurgió, principalmente en el Ministerio de Economía, el convencimiento de que no quedará otro candidato presidencial propio con posibilidades reales que no sea Scioli. Ahí anda entonces Gabriel Mariotto, el vicegobernador, intentando saldar heridas con su compañero de fórmula. "Estamos esperando: si llega la orden de la jefa, vamos con Daniel", se sinceró días atrás una militante de La Cámpora.
El gobernador conoce esta reconfiguración. "Les puedo asegurar que voy a ser el próximo presidente", les dijo aquí a interlocutores de confianza. Hay además indicios recientes. Que Eduardo Valdés, flamante embajador en el Vaticano, tenga juego propio no tiene por qué contradecir las instrucciones que en la Cancillería dicen haberle impartido: fortalecer los vínculos entre el Papa y Scioli y, por sobre todas las cosas, cerrárselos a Sergio Massa. Lo que los analistas llaman, en un exceso de interpretación, "Pacto de Santa Marta".
Esa elucubración prematura vuelve a sustentarse en imágenes. Por ejemplo, aquella foto que la militancia vivió como epopeya y que muestra a Andrés Larroque convertido al clericalismo, remera de La Cámpora en mano, regalándosela al Sumo Pontífice. Nada más simbólico para el kirchnerismo: esa agrupación se propone ser el ariete de la conservación del poder. Todo un desafío para Scioli, que tendrá que aceptar diputados y concejales que el PJ ya le anticipó que rechazará, porque culpa a esas alianzas de la derrota legislativa de 2013.
El peronismo no será dócil con quienes no suman. Puede atestiguarlo Amado Boudou, más solo que nunca en su despacho del Senado. Hasta Miguel Cuberos, su antiguo colaborador del partido de San Martín, que se acercó al vicepresidente como jefe de la Casa de Mar del Plata en la Capital Federal, tuvo que buscarse ahora una tarea más edificante: acaba de ser designado gerente del sótano de Aldo's, un restaurante de excelente relación con Boudou, ubicado en Moreno 372, donde organiza recepciones empresariales y conciertos de jazz. La vuelta al llano supone un infierno para todo peronista. Al subsuelo parece una exageración..