SOBRE LA MONEDA ÚNICA, EN LA INTEGRACIÓN EUROPEA. (UNA NOTA TEÓRICA, MA NON TROPPO)

El Euro es la moneda de una zona comercial muy integrada. Pero cada país tiene políticas financieras, fiscales y laborales propias. Por eso, los ajustes son "internos" a cada uno de los descarriados y no afectan a la cantidad y el precio de la moneda "única" que, no sólo responden al dictado del "hegemónico", sino que pueden ser "sub-óptimos". Examinamos la teoría subyacente a tres etapas monetarias en la Zona.

Autor: Lic. Jorge Ingaramo - 28/03/2015


La integración de Europa y la Zona Euro.
La integración europea empezó en 1961, con 2 bienes y 6 países. Luego se fue ampliando y atravesó, simplificadamente, por tres estadios con respecto a la cuestión monetaria. Esta nota teórica, que usa al Euro, como ejemplo de moneda única, no pretende historiar el proceso, sino discutir las ventajas de tres modelos: a) Monedas soberanas, con Tipos de Cambio flexibles; b) Banda cambiaria en torno a una moneda principal (hegemónica) y c) Moneda única (Euro).
Hasta 1989, los Tipos de Cambio en la -todavía CEE- eran flexibles. Múltiples monedas ajustaban según diferenciales de competitividad entre países, para dirigir el comercio y las inversiones, tratando de que el porcentaje del comercio exterior intra-zona, en el PBI de cada país, fuera creciendo y, por ende, agrandando los mercados y justificando las asignaciones de capital fijo.
No había criterios de unidad fiscal ni de política laboral y, menos aún, controles a los movimientos de capitales. Por consiguiente, si bien el tamaño de mercado "único" agrandó las posibilidades comerciales y de inversión, y redujo las necesidades totales de capital fijo, no se modificaron demasiado las fortalezas competitivas de cada país, por razones que pudieran atribuirse a la integración comercial. Seguían dependiendo de las políticas locales.
Como se sabe, el mecanismo de ajuste de los Tipos de Cambio flexibles permite que la modificación de esa sola variable corrija los desequilibrios, sin tener que cambiar los precios internos de una economía, normalmente mucho más rígidos, por ejemplo los salarios, en las economías de "Estado de Bienestar". Así, un país deficitario en lo externo, a raíz de baja productividad local o costos altos, tendía a devaluar su moneda, para "empobrecer al vecino" o hacerlo menos competitivo y así salvar su déficit externo. La alternativa (no automática) era subir las tasas de interés, o bajarlas, (para acomodarlas en términos relativos) y así promover inversiones que mejoren la competitividad.
Como se ve, el Tipo de Cambio flexible simplifica los ajustes, pero no asegura que la competitividad mejore, ya que el socio comercial puede hacer exactamente lo mismo y el resultado transformarse en una pelea de precios relativos y tasas de interés, interminable. El desvío de comercio suele ser mayor que la creación. Normalmente, los países de mayor tamaño, con mercados locales que, en la situación inicial tenían mayores ingresos o riqueza, lograban acumular saldos externos positivos, que los otros tendían a corregir devaluando.
La moneda tiene cuatro funciones: servir de medio de pago, de unidad de cuenta, de reserva de valor y de patrón de pagos diferidos en el tiempo. En una Unión Aduanera, como pretendía ser la CEE, lo importante era el concepto de unidad de cuenta. Por ende, su permanente modificación, aumentaba los costos de transacción, generaba más incertidumbre y, por supuesto, encarecía los flujos comerciales. Ni hablar de las inversiones.
Uno puede decir que siempre es posible adoptar políticas internas pro-competitivas para mantener una paridad fija y evitarse estos problemas. Pero, en una integración comercial, si no lo hacen todos, los precios relativos claves, entre países, (Tipo de cambio nominal, tasas de interés y salarios) "nunca se quedan quietos".

El "Área de moneda óptima"
Siguiendo a Paul Krugman ("Crisis de la moneda" - 1992), el "área de moneda óptima" hace que una paridad fija sea más deseable mientras más relacionadas se encuentren dos economías. Así, a medida que aumenta la porción del comercio intrazona, en el PBI de cada país, aumentan los beneficios de la integración, (al reducirse la incertidumbre) y bajan los costos de transacción, si no hay que cambiar de moneda para comerciar . Se deduce que los beneficios crecerán tanto más, a medida que avance la integración, cuanto más efectivamente se logren fijar las paridades monetarias (y mejor aún con una moneda única).


Por eso, la Unión Europea, que tiene todavía debilidades de integración, no es Estados Unidos, cuyo federalismo fiscal y laboral no es afectado por la presencia de varios signos monetarios.
La decisión de pasar de paridades fijas-ajustables en torno a una unidad de cuenta, a una verdadera moneda única, será tanto más óptima cuanto más crezca la participación del comercio en el PBI de los países miembros y más se coordinen las políticas locales.
Agotada la instancia de los Tipos de Cambio flexibles y, por las razones apuntadas, en 1989, bajo la Presidencia de Jacques Delors, se inició el Sistema Monetario Europeo (SME), que pretendía llegar a la Unión Económica y Monetaria (UEM) en tres etapas:
1) Los miembros de la Unión se unirían a un mecanismo cambiario, con un cierto control gubernamental sobre los movimientos de capitales y sin tocar las políticas monetarias nacionales, entendidas como cambiarias, financieras y crediticias;
2) Los márgenes entre los Tipos de Cambio se reducirían y ciertas políticas macroeconómicas tendrían algún control centralizado de la Unión Europea (UE) y
3) Se sustituirían las monedas nacionales por el entonces ECU (luego Euro) y se transferirían las decisiones de política monetaria a un Sistema Europeo de Bancos Centrales (similar a la FED de los EE.UU), encabezado por lo que luego sería el Banco Central Europeo (BCE).

El Sistema Monetario Europeo o las bandas cambiarias.
Se tendió a establecer una moneda patrón, que sirviera como unidad de cuenta, y un rango de (+ o - x%) de flotación de las monedas locales, por encima o por debajo de la moneda patrón que, por supuesto fue el Marco, ya que Londres, si bien accedió al SME inicialmente, en setiembre de 1992 se fue del Sistema.
En los hechos, el Bundesbank se transformó en un proto-BCE. En 1990 se produjo a la unificación alemana, que si bien perturbó el accionar del Bundes, agrandó el mercado y terminó fortaleciendo al Marco. Hubo países que salieron y volvieron a entrar al SME porque, como es obvio, había una especie de paridad fija -ajustable (unidad de cuenta) que obedecía a la política económica del país líder, pero que daba cierto margen (la banda era estrecha y hubo que ampliarla), no siempre suficiente para compensar diferenciales de competitividad entre socios (o desbarajustes locales). Como los países eran muchos, pero el fuerte uno solo, hubo emisiones masivas de Marcos, para "salvar" las monedas de los socios y evitar que salieran de lo que se dio en llamar "la serpiente europea".
Se abandonaron las ventajas de un Tipo de Cambio flexible, pero se redujeron los incentivos a devaluar para empobrecer al vecino, manteniéndose cierta flotación, dada por "la banda", y se supeditó el futuro del Sistema, que -aunque imperfecto- no fue negativo, a la intervención discrecional del Bundesbank, tal como se dijo. Los costos de transacción bajaron y, en alguna medida, también lo hizo el grado de incertidumbre. Ambas ventajas, supeditadas a -la intervención "de última instancia" del Bundesbank y a -la relativa estabilidad del Marco, producto del espíritu de ahorro y de competitividad de los alemanes, que redundaba en excedentes externos apreciables.
Como no había unidad fiscal ni en las políticas laborales, las monedas eran sometidas, en virtud de la mayor movilidad de capitales, a fuertes presiones especulativas. Por eso, se trató de disciplinar fiscalmente a los socios por la vía del Tratado de Maastrich (déficit fiscal individual inferior al 3% del PBI y deuda pública menor al 60% del PBI), formalmente adoptado en 1993, por 12 países. Pese a todos los inconvenientes, el diseño de la moneda única y el Banco Central Europeo se iniciaron en 1994, y si bien el Euro comenzó a circular en 2002 (monedas y papeles), la "unidad de cuenta" única arrancó en enero de 1999.


La moneda única.
Ningún país de la Zona Euro cumplió todos los años con Maastrich.
Entre 1998 y 2005, el Canciller alemán Schröder "ajustó" la economía a las exigencias fiscales y reformó leyes laborales. Su país aumentó el superávit de cuenta corriente externa hasta alcanzar, en 2007 (previo a la "crisis" y ya con Merkel) un valor equivalente a la suma del déficit de los GIPSI (Grecia, Irlanda, Portugal, España e Italia) y por ende soportó aceptablemente el derrumbe mundial de 2009. La relación Deuda /PBI ponderada, de los GIPSI (que bajó de 88 a 75%, entre 1999 y 2007), superó el 100% en 2010.
Sin flexibilidad cambiaria, los ajustes pasaron a ser internos (tasas, salarios, condiciones laborales y fiscales), como los de una economía con tipo de cambio fijo, que ajusta cantidades (desempleo, salida de capitales, etc.) ante la imposibilidad de volver a Maastrich.
Como no se puede empobrecer al vecino, se le reclama al excedentario que ayude a los pobres. Lo "natural" sería que los ricos consuman e inviertan en los pobres, una vez que estos "ajusten" (salarios y finanzas públicas) y se vuelva a cierto equilibrio.
Pero no ocurrió. Alemania tampoco aceptó el Eurobono, que hubiera unificado tasas, haciéndolas más altas para los excedentarios. El BCE, parte de la "Troika", que sólo mira la tasa de inflación, recién con Draghi saneó los bancos y, una vez que "cumplieron", les prestó dinero para que compraran papeles de deuda y facilitaran el retorno de los GIPSI a los mercados voluntarios. Hubo salvatajes (Grecia de 2011), aún bajo cuestionamiento.
No se cambió la cantidad de Euros. Al emplearlos comprando deuda, cayó el multiplicador de crédito bancario, el consumo y obviamente la inversión, incluso en los países que habían hecho antes el ajuste. Estancamiento y deflación fueron identificados con "austericidio". Recién en febrero pasado, Draghi convenció a los amarretes que, para ahorrar, primero hay que ganar: desde el 1ro de marzo se cambió (al alza) la cantidad de Euros, lo que redunda en una brusca pérdida de valor y mejora la competitividad de la Euro-zona, respecto incluso al resto de los países de la UE. Se descuida la "reserva de valor". Pero:
-la unidad "fiscal" no es parte del modelo de moneda única (no es consistente con su valor como "reserva") sino el fruto de ajustes impuestos por la troika (nada de federalismo).
-la baja de las tasas y las subas de precios en los bonos (y sus diferenciales) no llega a todos (requieren investment grade) y menos aún puede ser manejada por el BCE, que aumenta una cantidad fija de Euros por mes y participa sólo con el 20 % de la compra de títulos públicos.
--nadie puede asegurar que los países con superávit externo de cuenta corriente, no sigan aumentándolo, a costa de países intra-zona.

¿Y, entonces?
La moneda única no tiene la culpa de todo. La biblioteca está dividida entre defensores de tipos de cambio fijo o flexible. Ni hablar de la cesión de soberanía que supone una moneda única, que tiende a ser manejada por un país hegemónico.
Irse de la zona implica fuga de capitales y pérdida de las virtudes de un tipo de cambio fijo (costos de transacción, incertidumbre, rupturas de contratos, fin de las "ayudas").
Se puede decir que hubiera sido preferible el federalismo fiscal (ceder soberanía) o el estricto cumplimiento de su "segundo mejor" (Maastrich), pero ya es tarde. Hay que "converger" por ajuste fiscal local y expansión monetaria zonal, aprovechando la devaluación del Euro (mejora de competitividad) o "salir del Club". Sin dudas, que aumentar un 55% la oferta de Euros, en 19 meses, y tener 2% de inflación, endulza el mal trago, luego de un experimento al cual fue muy fácíl entrar y del cual, es casi imposible salir.