Un dato muy malo, pero nada sorpresivo y que desnuda serias fallas en la política económica.

El resultado es malo, tristísimo. Pero lo que no puede ser es sorprendente. Ni para quien sepa un poco de economía ni para quien conozca un poco la historia de los indicadores socioeconómicos del país.
Autor: Jorge Oviedo en La Nacion. - 15/07/2015
¿Qué otra cosa que no sea un aumento sostenido e imparable de la pobreza puede ocurrir en una economía estancada, con la creación de empleo privado paralizada hace años, con inflación alta, crecientes impuestos al trabajo, sectores productivos a los que una combinación de situación internacional desfavorable y políticas sectoriales desastrosas dejó hace tiempo sin rentabilidad? ¿Cuando los funcionarios se encargan todos los días de desincentivar la inversión y el ahorro, intervienen todas las actividades a su alcance y hasta amenazan con perseguir mediante espías y como a terroristas a quienes no acepten las inconstitucionales restricciones a las libertades individuales en materia económica?
SORPRESA FALLIDA
Lo sorprendente hubiera sido que en un esquema semejante la pobreza siquiera se hubiera mantenido estable. Pero no hay alternativa frente a una combinación como la que la Argentina mantiene, de inflación y estancamiento aunque sea en niveles de actividad relativamente altos para algunos sectores y de ruina y desplome para otros, como el inmobiliario.
El Gobierno prefiere negar la inflación y mentir los precios de referencia para la canasta básica que las familias deben poder adquirir con sus ingresos para no ser pobres.
Hace rato que lo que el Gobierno llama "modelo" funciona mal. Que no tiene las virtudes de las que se jactaba Néstor Kirchner: ni superávit fiscal ni superávit comercial posible con más exportaciones que importaciones sin restricciones. Ni tipo de cambio flexible y competitivo. Ni aumento de la producción y de la productividad.
La pobreza vuelve así a niveles de momentos de triste recuerdo. Y muestra que nada bueno puede resultar en situaciones de alta inflación, que son críticas, como queda a la vista.
En la Argentina pareciera que si no se repite la hiperinflación de 1989, que llegó a tener registros de casi 200% en un solo mes, sobran los que no quieren creer que hay una crisis. Sobre todo en el Gobierno.
La inflación es el más injusto de los impuestos. En primer lugar, porque es una fábrica de pobres, a los que hace cada vez más pobres.
El Gobierno, en su afán de mantener una supuesta calma con la que navegar hasta las elecciones, ha recreado una cantidad de "bicicletas" financieras, que son un modo de defenderse de la pérdida de valor de ingresos y ahorros. Pero los plazos fijos, el dólar ahorro y su arbitraje con el dólar blue son para el sector formal de la economía y, en especial, para el que tiene capacidad de ahorro. No para los pobres. Tampoco para los que están en el límite, y por el aumento de los precios se quedan si poder ahorrar y pronto consumen cada vez menos y caen en la pobreza.
Algunos políticos argentinos, muy pragmáticos para otras cosas, se enamoran de los instrumentos de política económica y los sostienen mucho más allá de lo aconsejado.
Como toda medicina, hay efectos deseados e indeseados. La convertibilidad resultó muy buena para controlar una inflación indomable. Pero era más o menos previsible que tendría inconvenientes con el empleo y con la competitividad. Y Carlos Menem primero y Fernando de la Rúa después tuvieron miedo de intentar correcciones ordenadas que evitaran la catástrofe.
Los planes heterodoxos luego de una hiperdevaluación, estancamiento, licuación de salarios, gasto público medido en dólares y deuda pública permiten subir el gasto y hacer el ajuste fiscal más fenomenal de la historia del país sin que se note. Encima, el "viento de cola", que según el Gobierno nunca existió, ahora no está. Y el Gobierno se queja de la "situación internacional", en particular de la caída de la demanda de Brasil.
Pero la propia debilidad fiscal le impide bajar impuestos a los afectados y, por ejemplo, incentivar la creación de puestos de trabajo formales. Eso ayudaría al menos a contener la pobreza.
Otra vez, el encargado del tratamiento está enamorado de su esquema, sobre todo porque le hace fácil la vida. Gasta sin dar explicaciones, no tiene que decir que "no alcanza el dinero". Y hasta puede simular que no tener acceso a los mercados internacionales de capital, que podrían reactivar la inversión, es más un mérito que un fracaso.
Pero los datos comienzan a dejar clarísimo que se está dañando a los que más se dice falsamente ayudar, mientras se esconden las mediciones oficiales para no "estigmatizar"..