Sobre goles, venganzas y tarjetas rojas

Algunos de los que se alegraron con el final abrupto de la extensa y anómala relación laboral de amor-odio que mantuvo Víctor Hugo Morales con radio Continental desde 1987 contrapusieron en las redes sociales las fotos de conocidos colegas que fueron silenciados por empresas de comunicación privadas ligadas al kirchnerismo antes del 10 de diciembre.

Autor: Pablo Sirvén La Nación. - 17/01/2016


Como si una cosa justificara a la otra. Como si la venganza fuese el desahogo adecuado a las injusticias sufridas hasta entonces. Como si no fuesen otras las razones que determinaron, de la peor manera, el desplazamiento del relator uruguayo, y de su séquito íntimo, de la emisora que lo contuvo durante tantos años.

Cuando una empresa de comunicación privada impone el silencio definitivo a un periodista por sus ideas, ¿se puede hablar de censura? ¿O es un concepto que exclusivamente debe aplicársele al Estado cuando persigue a los que opinan diferente?


¿Cómo llamar, por ejemplo, a lo que hizo en 1997 Eduardo Eurnekian al levantar el programa Sin límites, de América, que conducían Longobardi, Majul, Leuco y Lejtman, o cuando, a principios de 2009, la gente de Electroingeniería interrumpió el contrato de Nelson Castro, que terminaba en diciembre de ese año, en radio Del Plata?

Los periodistas mencionados fueron corridos de sus espacios por presiones del poder de cada época sobre los dueños de aquellas licencias (Menem, en el primer caso; Néstor Kirchner, en el segundo). La presión funcionó al revés con Víctor Hugo: pudo mantenerse al frente de su micrófono más allá del deseo y de las conveniencias comerciales y de rating de los dueños de la onda porque el poder (Cristina Kirchner) custodiaba sus espaldas.


"No adhiero a que los anti K se vuelvan K", dijo Marcelo Longobardi, desde su programa por radio Mitre. "Su ausencia [la de VHM] representa una mancha negra para la democracia argentina", exageró Nelson Castro.

Es deseable mantener a distancia la tentación autoritaria de silenciar las voces que nos incomodan. Lo peor que podría pasarles a los no K es parecerse a aquellos que tanto denostaban, aplicando un talibanismo de signo contrario. No ver la novela de Pablo Echarri y Nancy Dupláa, que empieza mañana, por una cuestión de gustos es una cosa; declararle un absurdo boicot porque profesan la religión kirchnerista parece un despropósito. Hasta un anónimo ocurrente y pícaro se permitió en Twitter catalogar al incipiente fenómeno de "kirchnerismo cheto".

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En pocas semanas se apagaron varias voces emblemáticas del relato K (6,7,8 y programas de radio Nacional ya no están, el Grupo Szpolski hace agua y cayó en desgracia Víctor Hugo). Las razones fueron variadas, pero lo que es idéntico y determinante es que cambió el contexto político. Además, la pauta oficial bajará sustancialmente y los que exclusivamente dependían de ella para sobrevivir sucumbirán sin remedio.

Continental y Morales se necesitaron mutuamente, aunque se despreciaran, en los años bravos del kirchnerismo. A él le sirvió para desarrollar su soldadesca militancia desde una radio de primer nivel y a esa emisora, para no perder su licencia.

¿Tuvo que ver el Gobierno con el despido del relator deportivo? El presidente Mauricio Macri en persona, frente a los periodistas, lo desmintió. Es creíble: el rating regresivo del hablador charrúa, sólo escuchado por sus feligreses, no estaba en condiciones de poner en jaque a nadie. De hecho, el hijo pródigo de Cardona ostenta pluriempleo estatal (aunque, para hacer más creíble su papel de víctima, estaría resignando en estas horas algunos de sus espacios en radio Nacional y Nacional Clásica, DeporTV y Telesur, señal que, en parte, también es del Estado argentino).

Al ser despedido Víctor Hugo obtuvo más visibilidad en los medios. Hasta tuvo un acto de desagravio, en el que apareció escoltado por Andrés Larroque, que hizo echar a Juan Miceli del noticiero de la TV Pública por una pregunta incómoda, y por Martín Sabbatella, el rebelde titular de la Afsca, que no termina de irse, y quien, paradójicamente, consintió que Carlos Lorefice Lynch se asociara con Continental y decidiera desde allí eyectar al converso conductor.

Una cosa es no renovar un contrato; otra, rescindirlo abruptamente. Ese avasallamiento se soluciona en lo económico con una indemnización, pero enciende un inevitable debate, salvo que avalemos la frase de Perón: "Al amigo, todo; al enemigo, ni justicia". Pero también es cierto que el último contrato del relator deportivo había sido condición sine qua non para que Continental obtuviese su adecuación en la Afsca. En definitiva: el final fue tan desprolijo como su historia anterior.

El próximo paso en el desmonte del férreo y oneroso aparato de medios adictos al régimen anterior será la presentación, en estos días, del nuevo Fútbol para Todos, con Fernando Marín a la cabeza. Tendrá ambiciosas metas iniciales -mantener la gratuidad, un reparto equilibrado de los partidos entre los distintos canales; desestatizar el contenido de las tandas publicitarias e impedir que en los relatos y comentarios se deslicen consignas políticas, como sucedía antes- y un objetivo de máxima para más adelante, que es el retiro total del Estado como árbitro de esa organización. Se viene otro gran desafío.

psirven@lanacion.com.ar