Hay que dar el debate educativo.

En las últimas semanas, los temas educativos ocuparon el centro de la agenda. A las controversias originadas por el examen Aprender se sumaron otras derivadas del informe sobre la universidad pública emitido por el programa Periodismo para todos.
Autor: Julio Montero PARA LA NACIÓN - 26/10/2016
Mientras una porción significativa de padres y docentes se oponen a la evaluación realizada por el gobierno nacional, un sector del mundo universitario rechaza indignado las críticas contra el funcionamiento de la Universidad de Buenos Aires.
Los que nos dedicamos a la actividad académica estamos familiarizados con estos debates. La escuela pública se encuentra desde hace tiempo en crisis. Por su parte, el Estado destina una porción de su recaudación al presupuesto universitario y, para muchos, los resultados no son los esperados. La deserción es inmensa, la calidad de la enseñanza está lejos del ideal y la mayoría de los graduados procede de sectores de las clases media y media alta.
La máxima crucial de cualquier institución educativa es la excelencia. A la escuela pública argentina y la Universidad de Buenos Aires se añade una segunda tarea no menos importante: la de garantizar la igualdad real de oportunidades y promover la movilidad social ascendente. En un país de base inmigratoria, la escuela primero y la universidad gratuita después han sido el canal privilegiado para el ascenso social. Hay razones para pensar que el sistema educativo está fracasando en ambas tareas.
Cuando una institución no cumple con sus objetivos, la actitud más recomendable es la crítica constructiva. No hay modo de lograr que su funcionamiento mejore a menos que identifiquemos sus problemas y discutamos sobre cómo superarlos.
Por esta razón, no deja de sorprender que haya sectores que cada vez que estos temas se plantean rechacen inmediatamente el debate. Todo examen les parece elitista y toda alteración del statu quo les huele a un avance solapado de la derecha que prepara el terreno para recortes, despidos y privatizaciones. Lo grave no es que fijen una posición al respecto y la defiendan, sino que siempre apuesten por clausurar la deliberación, moralizando las posiciones antes de considerarlas. Como consecuencia, nunca discutimos lo que tenemos que discutir.
Esta actitud es el emergente directo de una cultura autoritaria. El progresismo suele ser profundamente democrático: favorece el intercambio libre de ideas, las discusiones que derriban dogmas y la experimentación institucional. Pero el progresismo argentino es extraño. Combina la retórica liberal de la ampliación de derechos y la democratización con una actitud inquisitorial de asedio al que discrepa. Su mundo está habitado por fantasmas: los poderosos, el capitalismo, el imperialismo. Y en ese mundo espectral no hay gente igualmente noble con opiniones distintas. Hay buenos y malos: los buenos son ellos y los malos, los demás. Con esta lógica, abrir un debate puede ser una canallada que sólo un enemigo de los pobres puede perpetrar. Y, claro está, las canalladas no se responden con razones, sino con denuncias, exabruptos sentimentales y, de ser necesario, escraches.
Es hora de que los argentinos nos libremos de esta telaraña. Lo que está en juego no es sólo la capacitación de los futuros ciudadanos, sino la calidad de vida de muchas personas. Si el sistema educativo subsidia a las clases altas, no habrá ascenso social; si la calidad de la educación que damos al pueblo es mala, el pueblo conseguirá trabajos peores; si el país no dispone de recursos humanos de calidad, habrá menos riqueza para distribuir.
Los adalides del progresismo deberían desmantelar de una buena vez el gulag discursivo que han montado, bajar de su púlpito de comisarios del pueblo y discutir con argumentos sobre un futuro que es de todos. Decir que hay cosas que no se pueden discutir es un acto de autoritarismo; aceptar que hay cosas que no se pueden discutir es un acto de sumisión y de renuncia al estatus de ciudadano. La cuenta de estos lujos pequeñoburgueses la pagan siempre los que menos tienen.
Doctor en Teoría Política, docente de la UBA, investigador de Conicet y premio Konex a las Humanidades