Aferrados a la esperanza.

El testimonio de una religiosa argentina desde Aleppo, Siria, despierta nuestra conciencia sobre el drama de sus habitantes, amparados en su fe
Autor: Editorial de La Nacion - 13/04/2017
Antes de la guerra, Aleppo era una ciudad siria próspera y de gran potencial, la segunda luego de Damasco. La impresionante ciudadela medieval de este antiguo enclave con 6000 años de historia, declarada Patrimonio de la Humanidad en 1986 y hoy en gran parte destruida, fue testigo raro y privilegiado de la convivencia pacífica de etnias y religiones. La crisis humanitaria que atraviesan sus habitantes tras varios de penurias da cuenta de más de 470.000 muertos, seis millones y medio de desplazados internamente y cinco millones que migraron a otros países. En seis años todo cambió. Un alto porcentaje de la población que permanece no encuentra empleo y se ve obligada a mendigar miserablemente.
Hablamos de una ubicación estratégica en la que confluyen muchos intereses, económicos y políticos, mayormente ajenos al bien de sus habitantes. En ese desolador escenario, una compatriota viene dedicando su vida a los demás. La conocimos a través de los medios cuando un tema familiar la trajo de regreso a la Argentina a comienzos de 2016. La hermana María de Guadalupe Rodrigo nació en San Luis en 1973, pero se ordenó en Mendoza. Hace más de 18 años que está en Medio Oriente. En los primeros años aprendió árabe en Tierra Santa, estuvo 12 años en Egipto y pasó los últimos cuatro de misión en Aleppo al servicio de los cristianos perseguidos. Increíblemente, ella había pedido ir a Siria por su ambiente tranquilo para reponer sus fuerzas. Sólo seis meses después de su arribo, se desató la guerra.
El suyo es un testimonio viviente de aquella realidad que resuena lejana en el espacio, pero que ella sabe acercar al corazón de quien tenga el coraje de escuchar sus duras y muchas veces perturbadoras declaraciones. Dio en la Argentina varias conferencias difundiendo lo que bien conoce. Se pregunta si guerras como la que viene enfrentando Siria tienen origen en problemas reales o si sólo son una excusa para la venta ilegal de armas. La guerra vino desde afuera, afirma, y también se alimenta desde afuera, planeada al detalle. "Si se acaban las balas, se acaba la guerra", recapitula. Distingue entre aquellos a quienes se puede ver y que la sufren y aquellos a quienes no vemos, pero que la alimentan y financian.
Debajo de una túnica y un velo que la identifican como religiosa de la Congregación del Verbo Encarnado, palpita una mujer llena de coraje que relata con crudeza su propia experiencia de una dolorosa realidad. Cuando los terroristas islámicos extranjeros toman una ciudad, crucifican, descuartizan y decapitan a los cristianos con el fin de sembrar el pánico. Por las calles puede vérselos también atados a postes esperando una agresión, como animales; incluso entierran vivos a los niños delante de sus madres exigiéndoles que renuncien a su fe. En Siria, los cristianos siempre fueron minoría, pero hasta no hace tanto convivían pacíficamente con los musulmanes; aquella sociedad más abierta ha quedado sepultada por el enfrentamiento.
La hermana Guadalupe recuerda una fecha de enero de 2014, aniversario de la catedral de Aleppo, un auténtico día de fiesta. Cayeron entonces tres misiles y murieron 460 personas. Ella misma salvó su vida de milagro. A partir de entonces, se duplicó el número de gente que asistía diariamente a misa. Todos parecen aferrarse más a Dios en medio de la devastación, reflexiona. Su relato conmueve hasta las lágrimas: las misas dejaron de ser cantadas y pasaron a ser lloradas. Ella afirma que nunca en su vida había rezado tanto, literalmente allí "viven colgados de Dios". Lo han perdido todo menos su fe. Día tras día, sus habitantes buscan superar la adversidad y aferrarse con fuerza a la esperanza. Siempre preparados para correr y huir, en grupo, atentos, se despiden hasta para salir a comprar el pan.
Acompañar, sostener, estar, son verbos que Guadalupe conjuga bien. A tal punto de poder apreciar cuánto aprende de esta gente tan castigada. Cuando los ve sonreír, seguir adelante y confiar en Dios, es capaz de afirmar que goza del enorme privilegio de poder estar allí. Su devoción al cantar en árabe una antigua oración a la Virgen, conmueve. Está visto que podrán matar los cuerpos, pero no las almas, enfatiza. El 6 de octubre pasado llevaron adelante una jornada por la Paz para los Niños de más de 2000 escuelas. Firmaron un llamado a cristianos católicos y ortodoxos e invitaron a otras comunidades a sumarse. La impactante consigna fue "No queremos más guerra, queremos ir a la escuela" y dejar de coleccionar balas en lugar de figuritas.
El relato de la hermana Guadalupe es una bofetada al cristianismo tibio y cómodo. Ella nos contó cómo, en el peor momento de Aleppo, ante el avance de las filas rebeldes, cada cinco minutos, un cristiano era asesinado por no renegar de su fe. Una fe que empuja y sacude y que requiere de voluntades tanto como de oraciones para detener esta masacre. Hubo obispos secuestrados por más de dos años. La religiosa confiesa, con dolor, que Dios no le ha dado a ella el martirio, sino esta dura oportunidad de convivir con él. Pide constantemente que recen por ellos para ayudarlos a permanecer allí: perder territorio cristiano es más fundamentalismo. El propio papa Francisco ha reflexionado sobre "el silencio cómplice de Occidente" ante esta masacre.
El drama de los refugiados que huyen de sus lugares de origen es otro argumento pues detener la guerra evitará su ingreso a Europa. No se puede juzgar a Oriente con cabeza occidental, reflexiona la hermana Guadalupe. Basta con recordar los efectos de sólo un acto terrorista, como el de París el año último, y replicarlo por 365 días a lo largo de seis años para entender la realidad de estas personas con la guerra instalada en su cotidianidad. Nadie habla de ellos con la vehemencia que deberíamos, probablemente porque no son europeos. Durante casi seis años, poco y nada hemos hecho desde Occidente para dar fin a esta situación y esto es otro motivo de enorme dolor para los habitantes de Aleppo.
A la profunda admiración que despierta la labor misionera de la hermana Guadalupe y la de muchos otros, cabe sumar la reflexión de un joven judío: "Hablan de minoría cristiana en Oriente, pero son mayoría de cristianos en el mundo. ¿Cómo es que no alzan la voz y detienen todo esto?" Si, como deseamos, la paz puede sostenerse en el tiempo, mucha será la ayuda que Aleppo requiera para su reconstrucción. Los escombros podrán recogerse, las casas volver a levantarse, pero el mundo nunca debería olvidar lo que ha quedado marcado a fuego en las almas de los sobrevivientes.
LA NACIONOp