Las dos advertencias de Chile y Bolivia a la Argentina.

Ambas crisis dejan fuertes enseñanzas al actual gobierno y a su sucesor, sea cual sea el presidente.. Populismos o protestas, a veces cada uno por su lado, a veces los dos juntos. Ambos fenómenos son crecientemente las mayores amenazas a los gobiernos en funciones en las democracias de esta década del siglo XXI, no importa en qué rincón del mundo.
Autor: Inés Capdevila LA NACION - 25/10/2019
Detrás de cada uno de ellos, está agazapado y a la espera de explotar un malestar que no siempre tiene la misma raíz, pero que sí comparte un derrotero: es una inquietud social que no tiene respuesta ni de los gobiernos ni de las dirigencias y crece al ritmo de esa frustración.
La desigualdad en Chile, el independentismo en Cataluña, la trampa electoral en Bolivia, el autoritarismo en Hong Kong, el costo de vida en Ecuador, la corrupción y el desgobierno en Haití, Argelia y el Líbano, todos esos malestares se descargaron con furia en las calles globales este año.
Uno de esos cimbronazos volteó un gobierno de décadas, el de Bouteflika, en Argelia. El resto jaqueó a sus respectivos Ejecutivos, en menor o mayor medida. Todos, en especial los dos de esta semana, Chile y Bolivia, le dejan a la Argentina al menos cuatro advertencias.
Sin sorpresa alguna, las reacciones argentinas a las crisis vecinas se ubicaron a un lado y otro de la grieta. Para la centroderecha, las "brisas bolivarianas" y la "dictadura populista" explican al Chile y a la Bolivia de hoy; para la centroizquierda, la "debacle neoliberal" y "el golpe imperialista" están detrás de esas tempestades regionales.
Sin embargo, para uno y otro costado político, para el oficialismo y la oposición, puede ser peligroso ideologizar las explicaciones, sobre todo pocos días antes de las elecciones. Al hacerlo, corren el riesgo de ignorar las contundentes enseñanzas que llegan desde Santiago y La Paz. Son, por lo menos, dos mensajes que hablan de la forma de construir país y de gobernarlo, más allá del signo ideológico con el que se lo haga.
Saber escuchar
"Hemos escuchado fuerte y claro", dijo Sebastián Piñera el miércoles, y le ofreció a Chile un plan social como prueba de su súbita empatía. Lástima que su mea culpa haya llegado luego del hecho consumado, cinco días y 18 muertos después de que la desigualdad se convirtiera en protesta, saqueos y sangre, y de que las calles se llenaran de militares.
Si la capacidad auditiva de Piñera sufre de demoras, la de Evo Morales parece haber desaparecido.
En 2016, el 51,3% de los bolivianos le dijeron, de manera bien clara en un referéndum, que no querían que se presentara a un cuarto mandato. Pero Morales tiene suerte de contar con una Corte Suprema amiga, que le validó su "derecho humano" a otro mandato.
Ni a Piñera ni a Morales le faltaron indicios de que debían tratar sus problema de audición.
Unas semanas antes de que entrara en vigor la suba del subte, la ministra de Transporte chilena, Adela Hutt, advirtió al presidente y su gabinete que el aumento no caería bien entre los pasajeros y que tal vez el gobierno debería acrecentar las subvenciones para evitar el alza de la tarifa.
La ministra era consciente de que el transporte público se come una buena porción -a veces hasta el 30%- del salario del trabajador promedio chileno. El presidente no lo escuchó. O no le importó.
Las señales de que Evo sufre de sordera no fueron tan obvias, pero tampoco estaban muy escondidas. Desde hace meses, las encuestas mostraban que su rival, Carlos Mesa, lo seguía de cerca y que un ballottage no era una idea alocada.
La razón: el rechazo al creciente autoritarismo de Evo y a su insistencia en desconocer el resultado del referéndum. El presidente prefirió ampararse en lo que había dicho el 48% de los bolivianos, que sí apoyó su intento de reelección.
Escuchar no es atender el elogio o reclamo de solo aquellos que comparten la propia ideología, como hace Evo e hicieron otros mandatarios del boom de la izquierda latinoamericana: Chávez, Lula y Cristina Kirchner. Un presidente gobierna para todo un país, no solo para sus ciudadanos de izquierda o los de derecha. Al menos eso dice el ideal... Y también la realidad, que en estos días le enrostra a Evo que no le va a ser tan fácil cantar victoria en las elecciones aun si el cómputo final se la da sin atenuantes.
Escuchar tampoco es darse por aludido del malestar social recién cuando este se convierte en una atronadora catarsis colectiva, sea en las calles -como le sucedió a Piñera- o en las urnas -como le ocurrió a Mauricio Macri-.
Desconcertados ante un escenario que no pocos prenunciaban, uno y otro reaccionaron tarde y tuvieron que apagar incendios evitables; Piñera, literalmente. El costo fue altísimo: para uno, el fin de la paz social; para el otro, el fin de la presidencia.
Escuchar a tiempo, a todos y a conciencia, esa es la primera advertencia que llega a la Argentina y a su gobierno, el actual y el que le siga, sea quien sea su presidente. Está además directamente vinculado con el segundo mensaje, uno también muy oportuno para el momento argentino.
Saber cuándo retirarse y cómo volver
Detrás de la sordera de Evo, hay un fenómeno también compartido por otros presidentes bolivarianos.
No es solo el problema de audición, es una adicción al poder que les impide identificar que llegó la hora de dejar el poder y los lleva a romper las normas para quedarse, siempre -claro- con la excusa de la voluntad popular. Esa falta de timing y ese exceso de autoestima se vuelven inexorablemente en su contra. Un poco por la escasa maduración política de sus posibles sucesores y otro poco por su convencimiento casi religioso de que él es lo mejor para Bolivia, Evo fue por su cuarto mandato a pesar del referéndum.
Y ahora quedó acorralado por su paso en falso, casi entrampado. Si se queda en el poder, tendrá que gobernar en un clima hostil en la política, adverso en lo social y desfavorable en la economía. La inestabilidad -esa que él se vanagloria de haber erradicado de su país- será, probablemente, el signo de su cuarto mandato. Si, en cambio, acepta la segunda vuelta, se arriesga a no llegar al cuarto mandato ante la posibilidad cierta de que Carlos Mesa reciba todos los votos opositores y gane.
Piñera, ni ningún presidente de este período democrático chileno, se enfrenta al dilema de no saber dejar el poder. La Constitución le pone el límite, solo un mandato por vez. Su problema es probablemente que no supo leer ni las demandas ni los cambios de los chilenos y creyó que las mismas recetas que aplicó en su primer mandato (2010-2014) servirían para el segundo (2018-2022). El estallido muestra dolorosamente que se equivocó.
Envuelto en su aura de empresario exitosísimo, el presidente vio su sólido triunfo electoral como un salvoconducto para un gobierno de "derecha sin complejos", en el que solo el crecimiento fuera la misión. No supo entender que las reformas educativas y políticas de su predecesora, Michelle Bachelet, habían dejado sabor a poco y que los chilenos del medio y de abajo aspiraban no ya a un buen ingreso, sino también a las mismas oportunidades que las elites, oportunidades que parecían cercanas pero eran muy lejanas.
Saber volver implica, evidentemente, no sobrestimar un triunfo electoral cuando hay demandas sin respuesta que vienen de décadas, una lección que Piñera le deja a quien sea que gane las elecciones locales pasado mañana.