En la discusión de retenciones con el Gobierno, el que se enoja, pierde.

Ya todos tienen claro que los precios agrícolas no son responsables de la inflación, es hora de presentar ideas sobre cómo potenciar la producción y manejar los excedentes financieros.
Autor: Héctor A. Huergo editor de Clarin Rural - 12/02/2021
Ando preocupado por los embates del gobierno, que azuza el tema de las retenciones o
los cupos de exportación, culpando al precio de los alimentos como responsable de la
inflación. La espuma fue subiendo, desde aquel comentario de la diputada Fernanda
Vallejos acerca de la maldición de exportar alimentos.
Después fue el turno de dos altos funcionarios del gabinete económico: la vice jefa de
Gabinete Cecilia Todesca, y la secretaria de Comercio Paula Español. Ambas echaron
leña al fuego, blandiendo la espada de Damocles de los derechos de exportación como
herramienta para “desacoplar” los precios internacionales de los valores locales de
los alimentos. Esto venía enervando al sector. Y en el medio de la creciente tensión,
aparece el propio presidente Alberto Fernández haciendo suyas las ideas que están
dando vueltas. La Mesa de Enlace reaccionó con vehemencia, aunque también con
templanza. Los ruralistas parecen entender que el que se enoja, pierde.
Y tienen razón. Todos piensan que en el gobierno ya tienen bien claro que los precios
agrícolas no son responsables de la inflación. Que ésta no viene de afuera, y que la
suba de los precios internacionales es más bien una excelente noticia para el conjunto de
la sociedad.
En este marco, la apelación a “la mesa de los argentinos” aparece cada vez más como
parte de un discurso efectista, como el graznido del tero. Que aprendió a gritar lejos del
nido para confundir a las rapaces. Ya se instaló, felizmente, la idea de que el trigo
participa con menos del 10% del precio del pan. El resto es logística, molino, salarios
de todos los trabajadores de la cadena de valor, desde el camionero al panadero, la luz, el
horno, la góndola, más los impuestos en cascada de cada etapa. Así, pasamos de un
precio de menos de 20 pesos el kilo que cobra el productor, a los 250 pesos el kilo de pan
en la panadería o el supermercado.
Pero vayamos más allá. Si el gobierno quisiera realmente priorizar la mesa de los
argentinos, podría hacer este cálculo. La soja paga el 33% de retenciones. El trigo y el
maíz, el 12%. Entre los tres se cosechan unas 120 millones de toneladas. En promedio,
el gobierno se queda con el 25% de esta producción, entregada en el puerto.
Son 30 millones de toneladas. Hagamos un ejercicio: somos 40 millones de habitantes. Es
decir, el gobierno tiene para repartir 700 kilos de granos por habitante y por año. Son
dos kilos diarios. Esa es la disponibilidad de soja, trigo y maíz. La soja vale el doble que el
trigo y el maíz, así que si quisiera más de estos cereales, podría armar un canje: un kilo
de soja por dos de cereal.
Siempre fui muy comedor de harinas. Pizza, pasta y pan. También me gustan los
medallones de soja y legumbres, ahora de moda internacionalmente con la avanzada de
los veganos. Pero por más que me esfuerce, nunca podré comer más de un cuarto kilo de
granos por día. Pruebe y verá que le pasa lo mismo.
Bueno, con un cuarto kilo nos empachamos. Y la disponibilidad que tiene el gobierno es
de ocho veces más. Es el gobierno quien es mezquino, que prefiere que el exportador le
entregue la plata y embarque esas 25 millones de toneladas para que las coman afuera.
Así que lo que el gobierno necesita no es atender la mesa de los argentinos, sino
dinero. Por supuesto, las retenciones no son la única fuente de recursos de un estado
desfalleciente. También está el impuesto a la riqueza, que le pega también a los del
campo. Pero en el caso de los derechos de exportación, se trata de una clara
discriminación con inefables efectos económicos. Se siembra menos, se usa menos
tecnología, hay menos recursos para invertir. Esto ya fue dicho hasta el cansancio.
Sigamos. Y digamos todo. Es cierto que algunos productos que se han hecho esenciales
a través de nuestra historia, como la carne vacuna (millones de veganos no pueden
equivocarse, la milanesa de nalga no es insustituible), pesan en la ecuación del gasto
familiar en alimentos. Aquí se está produciendo una distorsión severa, sobre la que sí se
puede y se debe actuar. Es cierto lo que dijo el presidente respecto a que los
exportadores prefieren venderle a los chinos antes que al mercado interno.
Pero esto no es consecuencia de la diferencia de precios entre la República Popular
China y la República Popular de La Matanza. Es fruto de una severa distorsión sobre la
que (felizmente) se está operando. Se trata de la brecha cambiaria, que tentó a algunos
operadores marginales. Lo que estuvieron haciendo fue exportar subfacturando, para
liquidar unos pocos dólares al tipo de cambio oficial. Y vendiendo en moneda dura en
el mercado de destino. Esto hizo que se fuera carne que en condiciones normales habría
quedado en el mercado interno, incrementando la oferta y quitando presión de los precios.
Esto se intenta corregir con la implementación de los precios índice, valores mínimos
fijados para cada corte, como existe desde hace años para los granos. El Ministerio de
Agricultura fija diariamente los valores mínimos de exportación.
Un último punto. Es cierto que los precios agrícolas han mejorado mucho en los últimos
meses. También es cierto que se ha logrado una buena siembra, y que el clima –que hizo
de las suyas—ahora está acompañando. Es probable que haya una excelente
cosecha. Y que el sector agroindustrial sea una fuente de reactivación de toda la
economía.
Frente a este panorama, “ir por todo” no parece la opción más inteligente, aunque
seguramente es la que tienta al gobierno y quizá también al Fondo Monetario
Internacional. Ya sabemos que el FMI metió presión para que el gobierno de Macri diera
marcha atrás con la reducción de las retenciones. Si lo hizo antes, ¿por qué razón no lo
haría ahora?
La razón para no hacerlo es que es pan para hoy y hambre para mañana. Y hablando
de pan, el horno no está para bollos. Si la cosecha es buena, si hay precio, es un aliciente
para el que está ahí y sabe hacerlo. Lo mejor es dejar que lo haga y, en todo caso,
sentarse a conversar para discutir ideas sobre cómo manejar los excedentes financieros.
Hay ideas.