Un presidente más cristinista que nunca.

La apertura de sesiones ordinarias dejó una constatación irrevocable: el presidente confrontativo del lunes (1° de marzo) al mediodía nada tiene que ver con el presidente dialoguista del viernes (19 de febrero) por la mañana. Alberto Fernández se mostró en las palabras y en algunas formas más cristinista que nunca. No solo por pronunciar un discurso de casi dos horas, el más largo que se le haya escuchado en su gestión.
Autor: Claudio Jacquelin LA NACION - 01/03/2021
Los poderes económicos concentrados, la oposición, los medios de comunicación y periodistas críticos, los intereses extranjeros, el Poder Judicial, todos los que incomodan al Gobierno y a los principales dirigentes oficialistas pasaron a la categoría de adversarios declarados, al filo de ingresar en la de enemigos del pueblo, al que su gobierno vino a reivindicar y proteger. Todos los tópicos constitutivos del discurso populista. Y desde el Congreso de la Nación.
Sin embargo, luego de eso 110 minutos en los que sobresalieron los ataques, incluida la ruptura de puentes con la principal fuerza opositora parlamentaria, Fernández remató su mensaje con dos frases que parecían haberse colado de otro discurso. "Necesitamos construir un país antisísmico,que supere lo odios" y "quiero ser recordado como el Presidente que sembró la unidad", concluyó con el mismo énfasis con el que había arremetido contra todos los que se diferencian y lo cuestionan. Vestigios del presidente del viernes previo al estallido del VacuGate.
La disociación fáctica encuentra un elemento, si no absolutorio, al menos explicativo: fue el lanzamiento del año electoral de un presidente en campaña, más que la apertura de sesiones ordinarias del Congreso. Si la falta de resultados dificulta los consensos, la confrontación facilita la unidad interna. Autoindulgente con su gestión, confrontativo con los que la cuestionan, incluyente y permisivo para con los propios, excluyente y amenazante para con los ajenos, minuciosamente descriptivo de las acciones de su Gabinete, ajeno a las deudas pendientes o las promesas incumplidas y acotadamente propositivo.
Así, las mayores novedades que arrojó la alocución presidencial fueron la admisión del retraso en las negociaciones con el FMI, la creación de un tribunal para restarle atribuciones a la Corte Suprema, a la que denostó casi explícitamente, el pedido al Congreso para que controle a la Justicia y la denuncia contra los miembros del gobierno de Macri que contrajeron la deuda pública y privada. En el último punto, Fernández no reparó en dos realidades que exponen alguna ligereza en su planteo.
En primer lugar, ya existe una causa abierta en los tribunales de Comodoro Py por el endeudamiento a la que el Estado podría aportar elementos sin necesidad de abrir otra investigación. Salvo que no les satisfagan los investigadores actuales y busquen otros.
En segundo lugar, el Presidente quedó expuesto a una contradicción si la anunciada decisión de investigar los créditos tomados no fuera un mero recurso retórico-político: su gobierno no declaró ilegítima ni ilegal a esa deuda sino que la reconoció y la renegoció, tras mostrar voluntad de pago. La ahora dilata negociación con el FMI, que contradice el optimismo mostrado hasta hace nada por el gobierno, necesita de algún atenuante. O fuegos de artificio.
La extensa presentación de Fernández se vio claramente dirigida al núcleo duro de su coalición y de sus votantes. Cristina Kirchner debería sentirse reconocida y reflejadas en ese discurso. Salvo por algunas largas parrafadas burocráticas en las que se notó el copy-paste de los informes de su extenso gabinete, carentes de la épica y las llamaradas heroicas que ella suele impregnarle a sus presentaciones. Una de las diferencias sustanciales que persistente entre el Presidente y su vicepresidenta.
Aplausos
Elocuentes y confirmatorios del cariz del mensaje resultaron los aplausos de los legisladores oficialistas. Las adhesiones más estruendosas surgieron ante cada ataque (o iniciativa ratificatoria) a la lista de adversarios que enhebró Fernández, sobre todos los jueces y medios de comunicación críticos. Las propuestas, en cambio, recibieron apenas tibias expresiones. Incluidas las de la educación que Fernández dijo ser prioritaria. Tal vez porque llegaron después de que festejara el regreso a las clases "que tanta falta hacían", como si fuera un comentarista que nada tuvo que ver con la dilación que sufrió ese retorno.
No solo en el plano político judicial, Fernández rindió tributo al ideario cristinista. Lo hizo también en el plano económico al autocelebrar el congelamiento de tarifas y los controles de precios, que la vicepresidenta militó públicamente contra los intentos de racionalizar la economía. También deberá agradecerle la líder de la coalición gobernante la indulgencia con la que el Presidente anunció su propósito de recuperar la soberanía energética, sin recordar cuándo ésta se había perdido. A pesar de la enjundia historicista con la que argumentó sus ataques al gobierno de Cambiemos.
Los más estrechos colaboradores presidenciales se empeñaron en negar en las horas previas a la presentación en el Congreso que Fernández estuviera enojado, como se mostró hace una semana en cada aparición ante la prensa durante su visita a México. Si así fuera, significaría que el tono y el fondo de su mensaje de ayer fueron el producto de una decisión táctico-política.
Una de las palabras más repetidas por Fernández fue "críticas" seguida de diversos adjetivos descalificativos, algunos estruendosos. La herencia recibida y las malas intenciones de sus objetores serían así los únicos responsables de los errores, tropiezos y falta de éxitos suficientes de sus quince meses de gobierno.
Es probable que haya leer entre líneas su convocatoria final a la unidad. Una clave podría encontrarse en la reivindicación de las diferencias internas del Frente de Todos. Tal vez, la aspiración unificadora se reduzca a la unidad en la diversidad interna del oficialismo, que permita volver a ganar las elecciones y disminuir la presencia opositora en el Parlamento. Los proyectos hegemónicos suelen tener una singular concepción de la pluralidad.