La suba del valor de las commodities, ¿el final del túnel o un camión de frente?

Si uno va manejando en un túnel oscuro de una sola mano y comienza a ver una luz, es indispensable discernir si se trata del final del túnel o, alternativamente, si se acerca un vehículo de frente. Puede ser la diferencia entre la vida y la muerte.

Autor: Marcos Buscaglia PARA LA NACION - 26/04/2021


Algo análogo les pasa a las autoridades económicas cuando ven una suba de los precios de los productos de exportación como el que experimentamos en los últimos meses. ¿Representan la oportunidad de salir y el fin del túnel económico en el que nos encontramos estancados desde hace 10 años? ¿O, por el contrario, son la primera manifestación de un proceso inflacionario global? Una u otra interpretación deberían tener implicancias muy distintas sobre la política económica de la Argentina.

A simple vista, el panorama internacional que enfrenta el país se parece al final del túnel. Los precios de nuestros productos de exportación como la soja y el maíz aumentaron entre un 50% y un 70% entre marzo de 2020 y enero de 2021, suba que se aceleró a partir de septiembre. Luego de un breve respiro durante los primeros meses del año, volvieron a registrar una tendencia alcista en las últimas semanas.

Hay varios factores, como el crecimiento de China o las circunstancias idiosincráticas de cada mercado, que influyen en los precios de las commodities. Sin embargo, muchos de sus vaivenes están impulsados por el valor del dólar contra las otras monedas. La relación entre el precio del dólar y las commodities es muy fuerte como para ignorarla: cuando se deprecia el dólar contra otras monedas, las materias primas suben de precio, y viceversa.

En marzo de 2018 se inició un proceso de fortalecimiento del dólar, y el precio de las materias primas bajó un 8%, en promedio, hasta octubre de 2019. En ese período, el precio de la soja cayó un 16%. Ese proceso de fortalecimiento del dólar comenzó a revertirse en marzo de 2020, y los precios de las commodities volaron. En los primeros meses de 2021, la mayor velocidad de vacunación de los Estados Unidos con respecto a Europa y otras áreas llevó a una apreciación del dólar, y los precios de las materias primas se estabilizaron. El dólar volvió a debilitarse en abril, al compás de las noticias de aceleración de la vacunación en Europa; la soja subió un 8% desde el 12 del actual mes.

Aunque Juan Domingo Perón haya dicho “¿han visto alguna vez un dólar?”, no quedan dudas de que la moneda estadounidense ama al peronismo. Es, por cierto, un amor correspondido por varios de sus dirigentes. La depreciación de la moneda de Estados Unidos y la consecuente suba de los precios de nuestras exportaciones les dejarán al país entre US$7000 millones y US$8000 millones adicionales de exportaciones este año. Para tener una referencia, las exportaciones totalizaron US$54.884 millones en 2020.

Este maná del cielo ya está teniendo efectos en la economía local. Las exportaciones de cereales y oleaginosas del primer trimestre sumaron US$6700 millones, comparado con exportaciones por US$4300 millones en ese mismo período, en promedio, entre 2010 y 2020. Ello le permitió al Banco Central comprar más de US$2200 millones en el primer trimestre de 2021, una etapa del año usualmente con sequía de dólares. Las compras se aceleraron en abril y seguirán elevadas por lo menos hasta julio. Debe ser por eso que el presidente Alberto Fernández dijo en su discurso del día de la lealtad de 2020 que “Dios debe ser peronista.”

Sin querer entrar en discusiones teológicas con el Presidente, solo le aclaro que los acontecimientos de la economía global están generando un debate entre los economistas, que es casi tan acalorado como los del Segundo Concilio Vaticano.

Todo cambió en el momento en el que el Congreso de Estados Unidos aprobó un paquete de estímulos económicos de US$1,9 billones, o sea, un 9% del PBI de ese país, a inicios de marzo. Este paquete no fue el primero durante la pandemia; sucedió a otros programas aprobados en 2020 por más de US$2 billones. Tampoco será el último: el presidente Joe Biden acaba de presentar un programa de infraestructura por otros US$2 billones, que será implementado a lo largo de ocho años.

De inmediato se alzaron voces alertando sobre el posible impacto de semejante estímulo sobre la inflación. Y esas voces no vinieron de economistas super ortodoxos, sino de figuras como Lawrence Summers, exsecretario del Tesoro de Obama, y los execonomistas jefes del FMI Kenneth Rogoff y Olivier Blanchard. Del otro lado del debate se situaron pesos tan pesados como el premio Nobel de economía Paul Krugman, y la actual economista jefe del FMI, Gita Gopinath.

El debate económico se centra en dos aspectos. El primero es sobre cuánto de este estímulo se gastará, generando una suba del empleo, en lugar de ahorrarse. Los menos preocupados por la inflación piensan que gran parte de este nuevo paquete de estímulo se ahorrará, al igual que lo que ocurrió en gran medida con los paquetes de 2020.

Los más preocupados por la inflación piensan que el gasto será mayor, sobre todo ahora que la economía se está reabriendo. Este grupo no dio el mismo debate en 2020, dado que el estímulo era grande, pero el golpe a la economía era gigante. En 2021, en cambio, la economía ya se encuentra en plena recuperación y la tasa de desempleo ya cayó a un 6,2% en febrero, desde un 14,7% de abril de 2020. Si bien todavía queda capacidad ociosa en la economía –al final de cuentas, la tasa de desempleo era del 3,5% en la prepandemia–, es muy baja, comparada con el tamaño del paquete de estímulo. En palabras más llanas, este grupo argumenta que están tratando de matar una paloma con un bazooka.

El segundo debate es sobre el impacto que tendrá el aumento del gasto, cualquiera sea, sobre la inflación. Los menos preocupados argumentan que la tasa de desempleo bajó del 10% en 2009 al 3,5% antes de la pandemia y la inflación casi ni se mosqueó. Las tendencias estructurales detrás de este fenómeno que mantuvo la inflación moderada, subrayan, son la automatización, la globalización y la incorporación de China al comercio internacional, el aumento del ahorro global, y el buen trabajo de los bancos centrales en mantener las expectativas de inflación ancladas. Del otro lado del debate replican diciendo que parte de estas tendencias, como la globalización y la contribución de la mano de obra barata de China, ya estaban llegando a su fin de todas maneras. También piensan que el aumento de la oferta de dinero en todo el mundo es demasiado grande como para ignorarlo. Finalmente, temen que se puedan desanclar las expectativas de inflación, como ocurrió en la década del 60. Y, una vez que se desanclan, son una fiera difícil de domar.

El paquete de estímulo tuvo un impacto fuerte en las estimaciones de crecimiento de Estados Unidos. La OCDE ajustó al alza su proyección de crecimiento de ese país en 2021 en cerca de tres puntos porcentuales, llegando al 6,5%. Los bancos de inversión de Wall Street esperan una expansión económica de entre 6 y 8%. Para comparar, se estima que en un año normal el crecimiento es de 1,7%.

Al igual que cuando uno está manejando en un túnel, al principio es más difícil discernir qué nos dicen las señales. A inicios de este siglo, los precios de las commodities tuvieron su mayor suba de la historia moderna. Sin embargo, la inflación se mantuvo baja en el mundo. Pero, tranquilamente, esta vez podría ser el elemento precursor de una mayor inflación global. El economista del MIT Rudiger Dornbush argumentaba que, ante un shock económico, hay variables más libres, cuyos precios cambian rápidamente y en exceso, hasta que el resto, que se mueve más lentamente, hace catch-up. Las commodities podrían ser entonces el heraldo de una suba de precios más generalizada de bienes y servicios.

El problema es que un aumento de la inflación en el mundo sería equivalente a tener un camión de frente en el túnel. Esto es porque, en ese caso, en algún momento la Reserva Federal de Estados Unidos subirá las tasas de interés, lo cual llevará inevitablemente a caída de los precios de las materias primas y a salidas de capital de los países emergentes.

Volviendo a la teología, en el campo dirían que mejor que ese momento te agarre confesado. Si bien, como comenté en mi última columna, los números del primer trimestre muestran una mejora de la situación fiscal, la presencia de las elecciones y la pandemia es muy probable que le hagan cometer al Gobierno varios pecados económicos de aquí a fin de año. El aumento del gasto público, la emisión monetaria y el uso de las reservas para contener al dólar son equivalentes a acelerar al ver la luz. ¿O son dos luces?