La “economía popular exportadora”

El campo se manifestó de modo contundente en San Nicolás. Un acto que, más allá de la extraordinaria presencia de productores, comerciantes, gente de a caballo y gente de a pie, estuvo lleno de simbolismos que vale la pena poner sobre el tapete.
Autor: Héctor A. Huergo editor en Clarin - 11/07/2021
Primero, la elección del lugar. Allí, en 1852 se celebró el gran Acuerdo de todas las provincias, enfrentadas hasta entonces durante años de desencuentro a sangre y fuego. Fue el paso fundacional que se plasmó, un año después, en la Constitución, tras la cual el país se ordenó y encontró su primer gran rumbo histórico. Por supuesto, vinculado con lo que sabíamos hacer. Medio siglo después la Argentina se había convertido en uno de los países más ricos del mundo, potenciando la producción y exportación de lo que sabíamos hacer: los “frutos del país” de aquellos hacendados a los que Mariano Moreno representó en 1809.
Segundo, cayó en una semana muy especial. El lunes, en un seminario del ciclo de Clarín sobre el país y el mundo en la post pandemia, cinco actores centrales del sector agroindustrial expusieron el extraordinario potencial de generación de valor, ingresos, empleo y calidad de vida que anida en el interior. Mariano Bosch, CEO de Adecoagro, contó cómo la empresa pasó de 200 a 2500 empleados en apenas 18 años, destruyendo el mito de que el campo “no genera trabajo”. Arroz, tambo, maíz, trigo, soja, maní, canalizando fondos de accionistas de todo el mundo (cotiza en Wall Street). Que mucho no entienden lo que pasa en la Argentina pero “sienten” que a esto hay que jugarle fichas. Creen más en nuestra agroindustria que la mayor parte de nuestra sociedad, cuyos políticos actúan en consecuencia.
Por supuesto, en el seminario se repasaron todas las cuestiones que traban el desenvolvimiento del sector, y que son las que motivaron el encuentro de San Nicolás. Pero el telón de fondo fue la visión sobre lo que sucederá el día en que nos pongamos de acuerdo en que el agro está del lado bueno.
Al día siguiente, el Centro Argentino de Ingenieros convocaba a dos expertos para hablar sobre la expansión de la frontera agropecuaria. Uno, Anibal Colombo, un ingeniero con enorme experiencia en la recuperación de campos inundados. El otro, Lorenzo Basso, ex decano de Agronomía y actual presidente de Ubatec. Colombo remarcó la posibilidad de duplicar la superficie agropecuaria apelando al viejo paradigma de Florentino Ameghino: “Obras de retención, no de desagüe”. Y sentó el criterio de “ni una gota de agua dulce al mar”. ¿Qué nos estaba diciendo? Que ordenando nuestros inmensos recursos hídricos, podríamos incorporar 40 millones de hectáreas (fundamentalmente en el norte) para hacer lo que ya sabemos hacer.
Finalmente, el jueves a la noche asistí al diálogo virtual entre nuestro secretario General de Redacción, Ricardo Kirschbaum, con el economista Pablo Gerchunoff, de la Universidad Di Tella. Me impresionó, por lo oportuna, la idea-fuerza novedosa que lanzó Gerchunoff: la “economía popular exportadora”. La contrapuso al viejo dogma de la sustitución de importaciones, y a la visión de la “agroexportación”, con su clásica pátina de elitismo y exclusión.
Bueno, señores, ayer en San Nicolás se manifestó el embrión de la economía popular exportadora del gran Pablo. Agrego un solo ejemplo: una pyme metalúrgica de Venado Tuerto está terminando de fabricar e instalar una planta de clasificación de legumbres para una empresa india, recientemente instalada en el país. En ese mismo parque, se fabrican desde cosechadoras de aceitunas hasta cajas de maiceros que se exportan a todo el mundo. A veces, en forma directa. Otras veces, colocadas adentro de un cabezal. Y la mayor parte, convertidas en maíz que sale por los nuevos puertos cerealeros de Timbúes.
Esto no es “derrame”. Es efecto “difusión”: son actividades que se entrelazan, no hay que esperar un desborde para que otro agarre algo. Todos agarran cada vez más, cuando se deja que las cosas sucedan. Escuchemos el grito de quienes solo piden que los dejen.