Subsidios y tarifas: el costo fiscal de una política energética que está de regreso.

En el puerto de Escobar, un barco recibe el gas licuado que se compra en el exterior para procesarlo; solo en julio de este año ingresaron once barcos desde Estados Unidos y uno desde Qatar; en Bahía Blanca hay otro barco regasificador Ricardo Pristupluk - LA NACION

En todo 2020 el Banco Central giró US$1900 millones para importar gas, mientras que entre enero y julio de este año el monto llegó a US$2700 millones; la falta de inversiones y los precios retrasados hacen que el monto total de subsidios se acerque este año a $1 billón

Autor: Diego Cabot LA NACION - 29/08/2021


Hay pocas cosas que sean tan difíciles de transmitir para los gobiernos como los problemas energéticos. Para un ciudadano medio, la energía se limita a dos cosas: la primera, que la tecla de la electricidad o la llave del gas habiliten inmediatamente la luz o la llama; la segunda, la boleta que mes a mes pasa por debajo de la puerta. No hay mucho más.

Nadie ha podido resolver este dilema. El kirchnerismo se ocupó, desde que asumió en 2003, de mantener la anestesia a base de tarifas bajas, regaladas en un momento, y control de cortes a los usuarios domiciliarios. Jamás explicó que generó algo así como una realidad paralela, donde la apacible quietud escondía un desmanejo presupuestario y energético en el que germinó la más rancia corrupción. Todo fue como un Truman Show de la electricidad y el gas, que se solventó con gasto público y cortes a grandes usuarios. A pocos les importó lo que se cocinaba detrás. Nadie lo explicó, y, hay que decirlo, nadie estaba dispuesto a escuchar explicaciones.

Años después, el macrismo llegó con Juan José Aranguren como ministro del área. A la tecla de la luz, a la hornalla y a la factura –los intereses primarios del usuario–, el gobierno de Cambiemos le sumó el peso fiscal y la necesidad de generar un marco de inversiones para mejorar la oferta. La receta fue distinta: se tomó el precio de la energía y se intentó llevarlo a valores de equilibrio, además de empezar a armar un marco regulatorio y un camino de rentabilidad prometida para atraer inversiones privadas. Sin explicaciones sobre la crisis, el usuario se enteró de que la energía valía 10 veces más de lo que pagaba cuando Aranguren repartió las primeras boletas. Fue como abrir las puertas del estudio donde transcurría la vida del protagonista y decir: “Esto es una ficción; vayan afuera y vivan la realidad”. El shock fue inmediato y aquel gobierno jamás se pudo reponerse de semejante traspié.

A 20 meses de haber asumido, el gobierno de Alberto Fernández empezó a incubar otro brutal problema energético. El asunto tiene varios puntos de contacto con lo que sucedió en los tres primeros kirchnerismos: el problema no es percibido por gran parte de la sociedad, a costa de tarifas congeladas y, esta vez, energía disponible, al menos por ahora. Pero hay algunas diferencias. Una, por ejemplo, es que estos días corren con una inflación de 50% anual, además de que hay menos dólares disponibles para pagar la cuenta.


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