El gran escape de una Argentina agobiada por el peso de lo estatal.

El escape a las regulaciones Alfredo Sábat

Abrumada por regulaciones, imposiciones y exigencias, la sociedad inició un movimiento que aún no hemos registrado cabalmente. En los últimos días de 2021 visitó Buenos Aires, con inusitada repercusión pública, Vitalik Buterin, el fundador de Ethereum, una de las principales criptomonedas en el planeta. Lo hizo por varios días y su curiosidad fue ver desde adentro una sociedad que convive con tan alta inflación.

Autor: Marcelo Elizondo PARA LA NACION - 10/01/2022


Se supo –a propósito– que la Argentina es ya uno de los diez países con más penetración de los criptoactivos. Ser un país “sin moneda” favorece los planes de las cripto; y las inseguridades jurídica y física potencian un futuro interés por esos intangibles.

El hecho no es una anécdota sino el reflejo de una tendencia: la Argentina se ha convertido en un espacio tan agobiado por el peso de lo estatal (regulaciones, normas, imposiciones, exigencias, requisitos) que en diversos ámbitos de la sociedad se ha iniciado un movimiento del que quizá no hemos dado debida cuenta aún. Un escape.

Si el sistema general (a través de la política) agobia, lo particular se mueve hacia afuera. Si no se sabe cambiar explícitamente (entre todos) el modelo de organización, pues cada vez más argentinos (de a uno) se escapan gradualmente de él.

Numerosos ejemplos permiten aseverar que mientras las discusiones políticas siguen analizando y propiciando más reglas, normas, obligaciones e imposiciones; y nos intoxican con más rigideces legales; una gran parte de la sociedad elude su vigencia. El proceso no es fácilmente medible, pero ocurre. Ya aseveró Mark Twain que los hechos son testarudos aunque las estadísticas sean más manejables.

Más de 7 millones de argentinos deben conformarse con desempeñarse en el llamado trabajo informal (37% del total de trabajadores). Y en paralelo ya solo uno de cada cuatro trabajadores (formales e informales) están afiliados a un sindicato en nuestro país. Algo no muy distinto del registro que muestra que hay partidos políticos con más afilados que votantes.

En otro extremo, cuando nos escaseaban las vacunas contra el Covid, se anunció que llegaron a ser 18.000 por mes los argentinos que viajaron a Estados Unidos para inocularse. A la vez, fuentes uruguayas expresan que, aun con fronteras cerradas por razones sanitarias, 30.000 argentinos llegaron a Uruguay en los últimos meses para asentarse del otro lado.

Según algunos especialistas, el 70% de los delitos no se denuncia en nuestro país. Y se estima en 350.000 millones de dólares el valor que los argentinos tienen “fuera del sistema”. La salida de la moneda nacional, dicho sea de paso, se constata en la inflación acumulada de 1300% en lo transcurrido del siglo XXI. Numerosos programas que pretenden que el ejercicio del poder político sería útil para imponer precios fracasan invariablemente. Fue popular en las redes sociales hace algunos días una foto de un vendedor callejero de choripán anunciando en su cartel el precio: dos dólares. Lo que se vincula con que en la Argentina se encuentra uno de cada cinco dólares en billetes que están fuera de los Estados Unidos (tenemos más dólares en billetes por habitante que los propios Estados Unidos).

Dicen ciertos estudiosos que más del 70% de los contratos de alquiler en la Argentina se celebran “en negro”. Y otros amplían asegurando que un tercio de nuestra economía opera en la informalidad (con una elevada evasión impositiva).

La Argentina tiene el peor registro en nuestra región en materia de tiempo necesario para asegurar la vigencia de un contrato. Y en el “rule of law index” estamos apenas en el mediocre lugar 56 en el mundo (en nuestra región 12 países están mejor posicionados).

Es curioso que en casi 40 años de democracia (y con al menos una elección cada dos años) los argentinos hemos seguido validando un sistema del que, por goteo, nos vamos escapando. Padecemos una dificultad para convertir nuestra conducta individual en una doctrina para la organización. O, al revés, hemos adherido a modelos públicos que después nos incomodan en nuestras vidas cotidianas. Es la muerte del imperativo categórico de Kant.

Así, aunque la esencia de la política no parezca advertirlo, el constante incremento en la cantidad de decisiones públicas es inversamente proporcional a la vigencia del sistema. Hace varios años el profesor de Harvard Otto Solbrig nos advertía que en la Argentina “el Estado se mete en todo pero eso lo hace más débil”. Querer no es poder. En una memorable pregunta en El Principito, Antoine de Saint-Exupéry se pegunta: si un rey ordena a sus súbditos que le bajen el sol y ellos no lo hacen ¿de quién es la culpa?

La naturaleza siempre responde con mecanismos de salida ante la presión exagerada. Ante el exceso estatal (sobreregulación, restricciones, imposiciones), la salida es el escape. Ya decía Alberdi (sospechando lo que se venía) que legislar poco es la mejor forma de hacer respetable la ley. Lo curioso es que esa salida parece darse por comportamientos individuales y no por un movimiento público explicito.

Hace algunos años, Keith Sharp, director de la London School of Economics, visitando Buenos Aires, advertía sobre los perniciosos efectos de la sobrecarga regulativa: “Si la economía en negro sigue creciendo y se convierte en norma, la sociología vería eso como un ‘Estado sembrando delitos’, y cuando las leyes ya no tienen más legitimidad en la población es porque aquellas han dejado de ser razonables”.

Estamos ante un problema múltiple porque las salidas individuales no cambian el mal sistema por otro mejor, sino que debilitan casi todo. Sentenció el Barón de Montesquieu que las leyes inútiles debilitan a las necesarias.

Lo que parece evidente es que la congestión regulativa ya obtiene un preeminente rechazo en muchos actos individuales. Por arriba y por abajo. Lo que no es tan evidente es que estemos en un proceso de cambio del sistema hacia uno nuevo consistente con esas actitudes individuales; uno renovado y basado en la autonomía personal, el valor de los contratos autónomos como mayor motor ordenador y en el poder de la iniciativa particular preeminente. Un sistema que se enmarque en un conjunto de normas básicas (instituciones) que amparen las prevalentes decisiones privadas de los ciudadanos.

El desgaste del sistema es evidente, aunque no es tan evidente la conciencia de ese desgaste. Dice Moshé Halbertal, filósofo de la Universidad Hebrea, que la política muere cuando todo es política. Y agrega Thomas Friedman que la politización de todo termina “acogotando la gobernabilidad”.

En “Utopía de un hombre que está cansado”, Borges ya preveía un mundo en el que los gobiernos terminan desgastados por el abuso. Se vistió de profeta y aseveró que, por eso, los gobiernos irán “cayendo gradualmente en desuso”.

Dados los hechos, sería pertinente, pues, pasar de esos actos individuales a la admisión colectiva de que necesitamos un orden nuevo, más despejado, menos politizado, que devuelva el poder a cada uno y reduzca ese direccionismo que nos pesa. Que supere esta dicotomía patológica.

Mientras tanto, seguimos asistiendo a un gran escape.

Dice nuestro diccionario que escape es una salida o solución a un asunto, en especial si es problemático o presenta alguna dificultad.

Especialista en economía internacional, profesor universitario