Lo que tenemos: una democracia autoritaria y corporativa

Las instituciones republicanas están hoy amenazadas Ricardo Pristupluk

El peso de las tradiciones políticas, los cambios en la ciudadanía y la acción de quienes gobernaron el Estado se han combinado para llegar a los resultados que están hoy a la vista

Autor: Luis Alberto Romero PARA LA NACION - 12/12/2022


En 1983 Raúl Alfonsín convocó exitosamente a la ciudadanía para construir una democracia republicana y pluralista, fundada en el Estado de derecho. Afirmó que el Estado así gobernado sería capaz de solucionar las principales necesidades de la sociedad: alimentar, educar y curar.

Esta propuesta -original dentro de nuestra tradición democrática- resultó en algo significativamente diferente. Ciertamente, el principio democrático mínimo está sólidamente instalado: en la Argentina no hay hoy legitimidad posible fuera del sufragio libre. Pero las instituciones republicanas están amenazadas, hay violaciones fácticas y circulan doctrinas que postulan una democracia no republicana. Gobiernos crecientemente autoritarios afectan la compleja institucionalidad y la delicada maquinaria del Estado, incapaz de cubrir las necesidades sociales básicas.

¿Cómo explicar este resultado? Exploremos tres aspectos relevantes: el peso de las tradiciones políticas, los cambios en la ciudadanía y la acción de quienes gobernaron el Estado.

Sobre las tradiciones políticas, José Luis Romero señaló el vigor que tuvo en el siglo XIX la “democracia inorgánica”, así como la debilidad de la “democracia doctrinaria”, incluso después de la sanción de la Constitución. Es posible que algo de aquella tradición se continuara en las dos grandes experiencias democráticas del siglo XX: el radicalismo yrigoyenista y el primer peronismo.

Las diferencias son importantes -los gobiernos radicales respetaron las libertades personales, frecuentemente avasalladas por el peronismo-, pero también son significativas las semejanzas. Ambos fueron movimientos de liderazgo carismático y de temple regenerador, que desafiaron la institucionalidad republicana y concentraron el poder en el Poder Ejecutivo. Ambos cultivaron la unanimidad, se identificaron con la nación y descalificaron a sus opositores, el “régimen falaz y descreído” de Yrigoyen o “la antipatria” peronista.

Para construir la nueva democracia republicana Alfonsín apeló a “la ciudadanía”, el conjunto de ciudadanos conscientes. Con ese apoyo, en las urnas y en la calle, debía superar su debilidad en el Congreso y la resistencia de los “factores de poder”. No le alcanzó, como se hizo evidente en la Semana Santa de 1987.

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