La economía mundial no nos favorece.

Vivimos en un mundo interdependiente. Frecuentemente los países, con sus actos, provocan efectos sobre sus pares, pero también sufren las consecuencias de los hechos de los demás; aunque la magnitud de las implicancias de cada actividad está determinada por el tamaño relativo de cada país: mientras más pequeños somos, más nos vemos afectados por las acciones de otros países, y menos alcance tenemos nosotros mismos.

Autor: Ricardo Arriazu en Clarin - 18/12/2018


Lo más interesante de esta interrelación es que las consecuencias alcanzan a países a quienes no se estaba buscando impactar a la hora de tomar ciertas medidas.

La economía mundial está aparentemente atravesando un período de bonanza y de relativa calma, pero cuando observamos las tendencias subyacentes vemos motivos para preocuparnos. El aumento de la conflictividad (discursiva, especialmente) entre algunas de las principales potencias puede afectarnos significativamente.

Según las estimaciones del FMI, el PBI mundial está creciendo a un ritmo anual del 3,7%, inferior a la del período pre-crisis (5,5%) pero superior al de los años posteriores, y muy cercano al que se considera un crecimiento sustentable. Este comportamiento es más notorio en el caso de los países denominados “avanzados” en los que la actual tasa de crecimiento (2,4%) es también menor a la anterior a la Gran Crisis (3%) pero claramente superior a la de los años posteriores. En este grupo de países el ritmo de crecimiento supera tanto a su tasa sustentable como a su capacidad productiva (en 0,5%). Si esta tendencia de crecer por encima de la capacidad se mantiene, afloran los desequilibrios y resurge la inflación.

Las presiones son todavía suaves (la tasa de inflación promedio en el mundo se elevó a apenas 4% y la de los países avanzados al 2%) pero los indicadores de los mercados laborales indican que podrían profundizarse. La mayoría de los países está tomando medidas para atenuar el incipiente recalentamiento y las tasas de crecimiento empiezan a desacelerarse a niveles más compatibles con las sustentables en el mediano plazo. Por último, los desequilibrios fiscales y externos en Estados Unidos se están deteriorando, pero todavía no son significativos.

A lo anterior le podemos agregar un análisis sobre las tendencias discursivas y políticas en los distintos países. Preocupa el avance del aislacionismo, del nacionalismo y del populismo, y por las presiones para romper acuerdos en la búsqueda de grados de libertad para incrementar los gastos y los desequilibrios.

Una de las tendencias más preocupantes, y que ya está afectando a los países emergentes, es la lucha del actual gobierno de Estados Unidos por reducir sus desequilibrios externos bilaterales (lo que llaman “la búsqueda de un comercio externo más justo y equilibrado) y la llamada “guerra comercial” entre los Estados Unidos y algunos de sus principales socios comerciales (en particular, China). El impacto en el intercambio efectivo de bienes y servicios ha sido hasta ahora relativamente suave (el ritmo de crecimiento del comercio mundial bajó menos de 1%), pero los efectos sobre los mercados financieros fueron mucho más severos.

Ante la amenaza de una “guerra comercial” los inversores modificaron sus portafolios, vendiendo todos los activos considerados de riesgo (entre ellos, sus inversiones en países emergentes) y trasladando su producido a activos considerados seguros (en EEUU, Japón, Suiza y Alemania). Los impactos en los precios de esos activos, en los tipos de cambio, y en el acceso a los mercados financieros internacionales, fueron significativos. Argentina fue uno de los países más afectados, aunque en nuestro caso, los factores internos influyeron quizás más que los externos.

Desde febrero, el precio promedio de las acciones en los países emergentes cayó 13,8%, el riesgo país promedio se incrementó 26,2% y las monedas se depreciaron en promedio 5,7%. En el caso argentino las acciones bajaron 44,5%, el riesgo país se elevó 77,2% y nuestra moneda se depreció 89,7%. La sequía, la reversión de los movimientos de capitales, la paralización del mercado de crédito, y las dudas sobre la capacidad del gobierno para cubrir sus necesidades financieras explican en parte este comportamiento de las variables financieras en nuestro país, con su contrapartida en la baja de la demanda interna y la recesión que estamos experimentando.

La situación internacional está lejos de calmarse. Los acuerdos entre China y Estados Unidos en la reciente reunión del G20 contribuyeron a calmar temporalmente los temores de una aceleración de la guerra comercial y mejoraron los ánimos en los mercados financieros, pero toda esta calma desapareció en pocos días cuando surgieron nuevos focos de conflicto.

Los mercados están nerviosos y actúan en base a rumores, pero detrás de estos temores hay otros factores estructurales que causan incertidumbre. La tasa de interés de los bonos a 10 años en los Estados Unidos es en la actualidad 2,9% cuando su promedio en los últimos 140 años fue 4,56%; Del mismo modo la relación precio/ganancia de las acciones es en la actualidad superior a 30, mientras que su promedio histórico es de 16,7. ¿Existen cambios estructurales que justifiquen el nivel actual? Todo indicaría que ambas variables van a corregir estos desequilibrios; ¿será este cambio gradual, o brusco?, y de ser brusco ¿cómo afectaría a los países emergentes y a nuestro país? No podemos darnos el lujo de ignorar estas tendencias.

Ricardo Arriazu es economista.