Alguien está faltando en la foto

Fuente: LA NACION - Crédito: Sebastián Dufour

Al ver que, terminado el chocolate caliente, el Presidente cancelaba la reunión privada que supuestamente venía después, uno de los empresarios invitados al acto del 9 de Julio entendió que no tenía nada más que hacer ahí y se subió al auto. "No sé a qué fuimos. ¿A poner la cara?" , dijo después a La Nación.

Autor: Francisco Olivera LA NACION - 11/07/2020


Gustavo Beliz , secretario de Asuntos Estratégicos, los había convocado a ellos y a la CGT a la quinta de Olivos para hablar del Consejo Económico y Social. Pero la agenda de Alberto Fernández es apretada. "Gustavo, me tengo que ir", se excusó él, y todos se tuvieron que volver. Quedará para otro momento.

Terminó siendo una invitación rara. A los ejecutivos los sorprendió hasta el lugar que ocuparon: que no se los ubicara como siempre en el público, con ministros, legisladores y funcionarios, sino arriba del escenario, escoltando al jefe del Estado y frente a las cámaras de televisión

Terminó siendo una invitación rara. A los ejecutivos los sorprendió hasta el lugar que ocuparon: que no se los ubicara como siempre en el público, con ministros, legisladores y funcionarios, sino arriba del escenario, escoltando al jefe del Estado y frente a las cámaras de televisión. "No sé cómo vas a explicarle esto a tu vicepresidente", le dijo alguien en broma a Daniel Pelegrina, líder de la Rural, cuyos integrantes preparaban en ese momento la protesta por Vicentin en las calles. "Siempre hay que anteponer lo institucional", explicó después el dirigente agropecuario. La convocatoria era también eso, un gesto: en el día de la manifestación contra el proyecto de expropiar la cerealera, Alberto Fernández volvía a mostrar que, como les había dicho la última vez en Olivos a empresarios, no tenía inconvenientes con el sector privado.

"Vine acá para terminar con los odiadores seriales", afirmó en el discurso. Minutos antes de empezar, en el único momento en que, por demoras en la conexión de los gobernadores, los convocados pudieron conversar, había ensayado un mensaje conciliador. "Yo me llevo bien con todos. Con Horacio Rodríguez Larreta, con Gerardo Morales. Me gustaría que esos acuerdos siguieran en la pospandemia", los alentó. "Es imprescindible solucionar el tema de la deuda", llegó a plantearle Adelmo Gabbi, representante de la Bolsa, y el Presidente le contestó que la negociación estaba bien encaminada. Miguel Acevedo, de la Unión Industrial Argentina, aprovechó para recordarle a Santiago Cafiero que todavía había sectores fabriles, como el textil, que permanecían sin trabajar por la cuarentena. "Esperen a después del 17", le contestó el jefe de Gabinete.

Lo que pasó después se vio en la transmisión. El Presidente presentó de a uno a los gobernadores que escuchaban a través del Zoom, llamó "querido" a Axel Kicillof, se refirió a Rodríguez Larreta como "mi amigo" y celebró que el país tuviera diversidad, aunque pidió que fuera ejercida con "responsabilidad". La imagen, que lo mostraba delante de esas pantallas acompañado por el Grupo de los Seis, que nuclea a los principales sectores de la economía, incluía esta vez también a una mujer: Beliz le había pedido a Acevedo que le avisara a Carolina Castro, dueña de la autopartista Industrias Guidi y miembro del comité ejecutivo de la UIA. Una atención a reclamos que se oyeron después del encuentro anterior en Olivos. Vilma Ibarra, secretaria legal y técnica, había cuestionado en Twitter la composición del grupo de invitados. "Ninguna reunión de personas empresarias y sindicalistas con el gobierno está completa sin mujeres. Somos parte central del mundo empresarial, del trabajo, de la creatividad y de la búsqueda de soluciones. Somos imprescindibles para poner a la Argentina de pie. #EsConTodas", escribió. Fuego amigo. Castro fue entonces, anteayer, la única dirigente empresarial ajena al Grupo de los Seis.

Todo muy bien cuidado. Pero la Argentina de estos días se define también por los ausentes. Y ninguna puesta en escena política puede ser completa sin Cristina Kirchner, jefa de la parte del Frente de Todos desde la que los empresarios han visto salir últimamente las decisiones menos amigables con la inversión. No hay que remontarse tanto en el tiempo: el anuncio de la expropiación de Vicentin los sorprendió cinco días después de aquella reunión de Olivos en la que oyeron al Presidente tranquilizarlos con la idea de que no tenía enconos con ninguna compañía. Es cierto que varios de ellos vienen detectando cierta autocrítica al respecto en reuniones con funcionarios, pero se trata en realidad de un estado de ánimo atribuible siempre al mismo sector: el que rodea a Alberto Fernández, muchos de cuyos integrantes volvieron a estar presentes en el acto de anteayer. Beliz, Cafiero, Claudio Moroni, Julio Vitobello, Cecilia Todesca, Vilma Ibarra, Agustín Rossi, Marcela Losardo: un elenco 100% albertista. No estaba siquiera Eduardo de Pedro, el ministro del Interior.

"Al Presidente se lo ve solo", concluyó después uno de los asistentes. La reflexión tiene algo de lamento: muchos empresarios argentinos, y acaso la mayoría de quienes compartieron con él anteayer el escenario, lo votó en las últimas elecciones. Pero, cada vez que van, se vuelven de Olivos con la sensación de haber constatado apenas una parte de lo que piensa el Gobierno. Por eso acuden con gusto a las reuniones que Sergio Massa y Jorge Brito les organizan últimamente con Máximo Kirchner. Al menos para conocer al diputado. "No es el de la Play, pero tampoco un genio", concluyó uno de los que lo contactaron por primera vez. Hay también quienes pretenden contactarse directamente con la vicepresidenta. Aunque eso suponga un momento de nervios. "Las veces que estuve con ella, uno se limita a escuchar", admitió alguien que la ha frecuentado.

Es un problema que no está en el manual del lobista: la política argentina gira desde hace tiempo en derredor de una líder a la que muy pocos tienen acceso y a quien nadie se atreve a contradecir. "Se mete en todo", dicen en la intimidad en un ministerio en el que admiten dos obsesiones de Cristina Kirchner: la evolución de las causas judiciales y la situación personal de sus hijos, que ella atribuye a la administración de Macri.

Nada que ella no haya anticipado en su explosiva declaración indagatoria del 2 de diciembre en Comodoro Py ante los jueces de la causa que investiga hechos de corrupción en la obra pública. "Mi hija apareció como si hubiera robado millones de dólares: era la sucesión de su padre adentro de una caja de seguridad declarada de un banco nacional. ¡Tenía 12 años cuando llegó a Olivos y se fue con 25 años! (...) Este tribunal seguramente tiene la condena escrita. ¡No me interesa! ¡No me interesa! ¡He elegido la historia antes de que ellos me declaren absuelta! ¡A mí me absolvió la historia y me va a absolver la historia y a ustedes seguramente los va a condenar!", dijo, con la voz quebrada.

Hay que volver siempre sobre esas tres horas de catarsis frente a los magistrados Jorge Gorini, Rodrigo Giménez Uriburu y Andrés Basso: no hay documento que explique mejor el momento argentino, las urgencias de la vicepresidenta y por qué cualquier foto que no la incluya carece del mínimo sentido.