La mala onda con el biodiesel, a contramano de Europa y Estados Unidos.

Todo el complejo agroindustrial que concentra más de 20 plantas de molienda en el Gran Rosario está en riesgo, porque Estados Unidos produce cada vez más aceite de soja para biodiesel y abarataría el valor internacional de la harina de la oleaginosa; el principal producto de exportación para la Argentina.

El desabastecimiento de gasoil deriva de la decisión, el año pasado, de reducir el corte con el combustible derivado de la soja. Los contrarios también juegan y ponen en riesgo al rubro que aporta más divisas.

Autor: Héctor Huergo editor de Clarin Rural - 30/06/2022


La crisis de desabastecimiento de gasoil es consecuencia directa de la decisión de reducir el corte con biodiesel desde el año pasado, cuando se venció la vigencia de la ley 26.093, que había iniciado la saga de los biocombustibles en la Argentina. Desde aquel momento, la “mala onda” del Gobierno con el biodiesel apareció subrayada con gruesos trazos de evidencias.

Las autoridades de Energía indicaron, muy sueltos de cuerpo, que el mundo estaba abandonando los biocombustibles. Una mentira flagrante, porque lo que sucede es exactamente lo contrario. En el mundo, cada vez más, se apuesta al biodiesel y al etanol como combustibles de transición hacia un mundo definitivamente descarbonizado.

La movilidad eléctrica es políticamente correcta, pero por ahora es peor el remedio que la enfermedad. Mientras la matriz de generación eléctrica siga siendo “sucia”, los Tesla –por más silenciosos que sean y limpios que parezcan, no contribuirán a reducir las emisiones. La invasión de Ucrania no hace más que confirmar este panorama, poniendo en negro sobre blanco que la vieja Europa no puede prescindir del gas para generar electricidad y calefacción.

Mientras tanto, no le aflojan al biodiesel. Y mucho menos, Estados Unidos. Aquí vale la pena detenerse y profundizar.

Argentina, hace cinco años, abastecía al mercado norteamericano con 1.5 millones de metros cúbicos de biodiesel de soja. Era una etapa más del poderoso desarrollo de la industria de crushing (molienda de soja) que había convertido al país en el principal exportador de los dos derivados principales del poroto: la harina de alto contenido proteico, y el aceite. Se habían convertido, a su vez, en los principales generadoras de divisas, ocupando un lugar estratégico en la macroeconomía.

A poco andar, la Unión Europea y los Estados Unidos adoptaron medidas proteccionistas y trabaron la importación de biodiesel argentino. Nuestro país inició acciones ante la OMC. Se le ganó un panel a Europa, que tuvo que volver a comprar. Estados Unidos, acicateado por el poderoso lobby sojero del Medio Oeste, se mantuvo en sus trece. Y ahora está yendo a más. Esto es grave, no solo porque afecta al biodiesel argentino. Lo que ahora está en juego es todo el complejo soja. Nada menos. Veamos.

Desde que se cerró la entrada del bio argentino, EE.UU. se lanzó a producir cada vez en mayor cantidad y escala. Aprovecharon una tecnología desarrollada por la noruega Neste, llamada “HVO”, que requiere plantas de gran capacidad, del tamaño de las destilerías de petróleo. Quizá algunos recuerden que, hace 7 u 8 años, un funcionario de Neste vino a dar una charla sobre su proceso al congreso de Aapresid. Acababan de inaugurar la primera, en el puerto de Rotterdam (Países Bajos) para procesar aceite importado.

Ahora se están construyendo 20 plantas en los grandes centros agrícolas de Estados Unidos, y también en las cercanías de puertos y ciudades costeras.

Por un lado, es una buena noticia que se destine más aceite de soja a la sustitución de gasoil. Es demanda nueva para un producto clave para la Argentina. Pero resulta que los incentivos al HVO impulsan una expansión de la capacidad de crushing. Como resultado, se espera un fuerte crecimiento de la producción de harina de soja. Como el mercado estadounidense no se expandirá con la misma tasa, habrá excedentes que se volcarán al mercado internacional.

Esto es una amenaza concreta para la Argentina. Están en juego embarques que hoy alcanzan a los US$15 mil millones, y que podrían ser mucho mayores si la producción de soja retomara el impulso perdido hace quince años. La capacidad ociosa de la industria es cercana al 50%.

Este es el panorama. Mientras la conducción oficial operó en contra de una mayor utilización de biodiesel en el mercado interno, con el argumento de que el mundo iba en otra dirección, en Europa y Estados Unidos apretaron el acelerador. Menos dependencia del petróleo y sus derivados, objetivo estratégico y ambiental.

Los contrarios también juegan. Encima, los camiones y las cosechadoras están parados. Pero el partido es largo, y estamos a tiempo.