El telón que descorrió Milei.

Milei ha descorrido un telón y ha dejado al descubierto un país que muchos no querrán que se vea. Y se presenta a sí mismo como una suerte de antítesis del kirchnerismo. ¿En qué ha consistido el kirchnerismo? Básicamente fue un régimen que propició de manera exponencial el consumismo para congraciarse con la sociedad y ser retribuido electoralmente. Lo hizo desenfrenadamente hasta llevar al Estado a la quiebra y a la sociedad a la ruina, testimoniado en índices de pobreza, inflación y descapitalización generalizada.

Autor: Ricardo Esteves PARA LA NACION - 13/02/2024


El consumismo se implementó por dos vías. De forma indirecta, controlando precios -al principio servicios públicos, combustibles y productos del agro; al final, indiscriminadamente a bienes de consumo masivo- con el fin de liberar recursos de los consumidores para que puedan adquirir otros bienes. En simultáneo, se estimuló y subvencionó la producción de electrodomésticos -Tierra del Fuego- y otros bienes semidurables, en emulación de las políticas aplicadas por Perón el los años 40 y 50 del siglo pasado. Accediendo a esos bienes, muchos sectores percibirían una sensación de ascenso social como sucedió en el primer peronismo.

La otra forma de fomentar el consumismo fue por vía directa del propio Estado, lo que suponía aun mayor fidelidad electoral. Para ello amplió la recaudación mediante un sustantivo incremento impositivo -que ahogó a muchos sectores de la actividad privada- para volcar esos recursos a los dispendios públicos en todos los frentes posibles. Se incrementó indiscriminadamente el personal en Nación, provincias y municipios, se repartieron planes en sus diferentes versiones y se otorgaron jubilaciones sin los aportes correspondientes. Controlando precios se cercenó la utilidad del sector privado -y en consecuencia la inversión, la producción y el empleo- y gastando a mansalva se llevó al Estado a la quiebra, y, en una acción de pinzas, a la sociedad a la ruina. El despilfarro de recursos públicos se canalizó en varias direcciones. A provincias y municipios, que pudieron incrementar sus plantillas de personal y sus gastos (y contratar shows y eventos de todo tipo, lo que daba ocupación y lealtad partidaria al universo del espectáculo). Si un intendente gasta, ¿por qué deberían ser austeros los municipios vecinos?

También el sector previsional aumentó fuertemente sus egresos, al incorporar cerca de 4 millones de nuevos afiliados sin la contrapartida de los aportes. Lo mismo con los planes en sus diversas versiones, que se distribuyeron sin ton ni son ni controles de ningún tipo. O en el rubro de las empresas públicas, amén de las que fueron estatizadas (Aerolíneas, YPF…) el criterio dispendioso que imperó hizo “la vista gorda” ante incrementos innecesarios de personal y de salarios y miró para otro lado ante negocios que se realizaban fuera del control de los entes pertinentes del Estado. Sin mencionar las multas que el país deberá enfrentar (16.000 millones de dólares solo por YPF) derivadas de la impericia en la gestión. Otra forma de expansión del gasto fue a través de los subsidios a los servicios públicos y al transporte ya mencionados. Y vinculado a eso, la energía, de la cual el país de exportador neto se volvió importador e insumió ingentes sumas en fondos públicos -fundamentalmente divisas- en lo que constituye una aberración con los recursos que dispone la Argentina.

Y como si esto fuera poco, está el tema de la corrupción, que es ya algo estructural y generalizado y que tiene como cobertura a la inflación. La inflación y la brecha cambiaria son las grandes pantallas para ocultar la corrupción: a los dos o tres años de un hecho investigado (lo que es nada para los tiempos judiciales) ya no se sabe que fue caro o barato en aquella instancia. Por toda esta política expansiva el gasto público creció nada menos que el 40% como si los recursos fueran un maná que cayó del cielo. ¿Cómo se pudo financiar? En una primera etapa, con la bonanza derivada de los extraordinarios precios de los productos argentinos de exportación y las reservas que el Banco Central pudo acumular en ese contexto. Luego contribuyó el brutal incremento impositivo antes referido. Y siguió con el vaciamiento de todas las cajas y entes públicos que pudieran exhibir algún stock de capital.

Llegados a este punto conviene aclarar que si bien el macrismo -que operó como una suerte de interregno del ciclo kirchnerista- instrumentó acertadamente medidas a favor de una economía de mercado, en lo que respecta a la estructura de gastos públicos continuó con la dispendiosa práctica kirchnerista. A instancias de su gurú, Duran Barba, que sostenía que un gobierno autoproclamado de CEOs no podía ser menos que el kirchnerismo en el plano social, y continuó así repartiendo planes y jubilaciones sin aporte y actuó a mano suelta con las organizaciones sociales. De ese modo, agravó la estrechez financiera que coadyuvó a su derrota electoral. Ya desde el macrismo y en el gobierno de los Fernández (de Alberto y Cristina) se apeló al endeudamiento, tanto externo como interno, hasta agotar la capacidad crediticia del país. Por último y ya sin otras alternativas, el gobierno que cesó sus funciones a fines de 2023 aceleró la recurrencia al peor de los instrumentos de financiamiento público: la emisión espurrea de moneda, que es la causa fundamental de los indecentes niveles de inflación que padece un país atiborrado de recursos como es la Argentina. Es que para hacer posible el desarrollo de esos recursos son necesarias ciertas precondiciones básicas. Los dos aspectos más fundamentales a resolver son la estabilidad monetaria (acabar con la inflación) y la libertad cambiaria (eliminar la brecha cambiaria y el cepo). Después vienen todas las otras importantes reformas para fortalecer la competitividad del país. Pero sin esos dos aspectos clave no habrá avances significativos. Para corregir esas dos condiciones no hay artilugios ni “martingalas” que puedan evitar el recorte de gastos.

Con esa titánica misión irrumpió Milei en escena, para desmantelar ese siniestro modelo e implantar uno de producción y competitividad. Tarea imprescindible para el país y para la sociedad argentina, aunque pretensiosa para ser llevada a cabo con tan pocos recursos legislativos. Es verdad que el recorte de fondos a las provincias para subsidios al transporte se hizo de pésima manera, conviene a su vez aclarar que esto abrirá los ojos a los ciudadanos del interior en muchos aspectos. Un caso: los panaderos podrán preguntarse: “¿por qué no me subsidian a mí, que produzco pan, que es un bien esencial? De esa forma, al disponerse de pan más barato, se vendería en mayor cantidad y aumentaría la utilidad del negocio. En esta ciudad de Buenos Aires vemos circular relucientes equipos en las líneas de colectivos. ¡Qué maravilla! Pero resulta que son comprados con fondos públicos. Conclusión: los argentinos vivimos en un mundo de fantasía, donde cualquier cargo público es en el fondo una caja de recaudación. Por eso también Milei está provocando una avalancha contestataria desde la sociedad (algunos medios de comunicación, provincias, legisladores, empresarios, sindicalistas…, todos se levantan “en armas” contra el Presidente). No es para menos, si además de los tantos intereses que pretende afectar lo hace de tan mala manera, contribuye de esa forma a hacer más dificultoso su cometido.

Sin embargo y más allá de sus torpezas, Milei descorrió un telón y mostró a la sociedad un escenario promiscuo que para el público será difícil olvidar. La acometida de Milei tiene un valor pedagógico que lleva a la sociedad a un profundo replanteo. El autor no posee la bola de cristal como para predecir cuál será el desenlace final de la historia, simplemente celebra como un gran avance que por fin la sociedad argentina se enfrente a su realidad.